jueves, 3 de septiembre de 2015

TRILOGIA DISCUTIDA: PARTIDOS POLITICOS, DEMOCRACIA Y ELECCIONES



Casi con seguridad, y como nunca antes, emergen en buena parte de la población los principales cuestionamientos hacia el sistema político argentino actual, que encuentra su fundamento, como sabemos, en tres conceptos glorificados a partir de la Revolución Francesa de 1789, como son: los partidos políticos, la democracia y el sufragio universal. Simbióticamente, los tres fueron tomados como ejemplos indiscutidos de la política moderna (racionalista, positivista e iluminista) que dejaba atrás a la llamada etapa oscurantista de la religión y la tradición. Ninguno de esos conceptos pudo haber existido sin la creación de los Estados Nacionales que, vale decirlo para nuestra América, partieron los virreinatos hispanos para mejor dominarlos bajo la ambición de la Pérfida Albión (Inglaterra) y otros aliados tales como Portugal, Francia, etc.

            La última manifestación de ese viejo e histórico orden hispano en nuestro país ha sido, a las claras, la Federación de Juan Manuel de Rosas y los caudillos provinciales que apoyaron su política. Ese sistema federal, sin dudas, trató de mantener las antiguas posesiones virreinales que habían sido legadas a nosotros de modo natural. La empresa de Carlos Antonio y Francisco Solano López en el Paraguay, sería la última que en América intentó obedecer a aquella tradición hispánica seguida por Rosas unos años antes en Argentina.

            Fue a partir de 1870, entonces, que se consolidaría sin obstáculos a la vista el predominio de los partidos políticos, la democracia (con sus variables liberal y marxista) y el sufragio universal. El factor que permitió la aparición de este tipo de construcción política en nuestro país ha sido el de la Organización Nacional que inauguró Urquiza, y que robustecieron Mitre, Sarmiento y Nicolás Avellaneda (1852-1879). El resto es historia conocida aunque no monótona: Hipólito Yrigoyen, primero, y Juan Perón, después, hicieron sus respectivas modificaciones para que el pueblo, en vez de quedar excluido de las grandes decisiones estatales, tuviera participación en las mismas a fin de disfrutar, sustancialmente, de los mismos beneficios que tuvieron quienes los gozaron merced al sacrificio de las mayorías. Agrego, que Perón fue el único de ambos que entendió que por encima de los partidos políticos se hallaba el movimiento político.

            Llegados al siglo XXI –más concretamente al año 2001-, aquel sistema inaugurado en los campos de Caseros pero pergeñado en Europa a fines del siglo XVIII, ya llevaba en su seno la contradicción y la desaprobación popular. Traducido: no benefician a la patria.

            Como la crítica hacia los partidos políticos, la democracia y el acto electoral no son algo novedoso –de hecho, los Antiguos Griegos despotricaban contra la democracia al entenderla como lo más próximo a un estado de caos-, he rastreado la opinión de esmerados eruditos –tales como Matías Suárez, Jordan Bruno Genta y Charles Maurras- para entender por qué ellos sintieron que en Occidente esas tres palabras jamás tendrían arraigo y llevaban, por consiguiente, a la anarquía y la destrucción de los fundamentos cristianos de nuestro ser.

            Suárez en su Defensa de la Argentinidad (Plus Ultra, 1978) apela a la semántica para advertir lo que es un partido político: Dice que es una organización política artificial “que parten (por eso se llaman “Partidos”) a la Nación “Total” y que se apoyan en la ficción roussoniana de la voluntad general”. Se infiere, por lo tanto, que los partidos políticos no aparecen en los fundamentos políticos de la Nación Argentina porque “surgieron de la Modernidad afrancesada y culpable, ciertamente, del deterioro en el que vivimos”. Nada más actual, agrego.

En cambio, el voto democrático fue impuesto –y endiosado- como una “fe absoluta” que vino a representar “el acierto metafísico de la “voluntad general”” que emana de la infalible “soberanía popular” teorizada por Juan Jacobo Rousseau. “La “voluntad general” puede ser un aporte interesante para la Sociología, pero nunca, por ser tal, debe ser considerada como verdad absoluta”, señala Suárez. Así, la condena que pesa sobre la “voluntad general” del voto democrático está dada por el hecho de que la democracia lo impone como resultado de una “sagrada verdad” que no se discute. A su vez, “llega un momento de la Historia en que se le dice al hombre: “ni la mentira, ni la verdad, son categorías absolutas; todo es discutible, todo se puede resolver por el ‘voto’, porque la mayoría nunca se equivoca”. Por lo mismo, el Papa Pío IX llegó a expresar que “el sufragio universal es una prostitución universal”. Y no debe omitirse que por la “voluntad general”, Barrabás fue perdonado y Jesús condenado a la crucifixión. ¿La mayoría nunca se equivoca?

            El docente y erudito Jordan Bruno Genta, demuele al sistema democrático por confundirlo, adrede, con la idea de Patria. Para ello, cita a Ricardo Levene, un gran macaneador en ese sentido, quien afirmaba: “Patria y democracia integran un solo valor vivo e institucional para los argentinos”. Nada más errado, afirma Genta, para quien esta barbaridad es hija de “la falsificación liberal y masónica de la Historia” que “nos hace perder el sentido verdadero de la Patria”. Resulta inaceptable invocar a la democracia como si ésta fuera la Patria misma, porque esto significaría que “servir a la Patria es servir a la democracia; esto es, a la soberanía popular, a las mayorías accidentales, el poder ciego del número abstracto y vacío”. Esto último me resulta familiar, en cuanto replico en mi mente una frase dicha, a troche y moche, por Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner y sus adláteres: “En 2011 ganamos con el 54% de los votos y por ende soy la presidenta de los 40 millones de argentinos”. He aquí, la dictadura del número frío que todo lo pretende abarcar, asumiéndose una representación generalizadora que lejos está de serlo. Quien esto suscribe, no se siente parte de su partido político ni de sus postulados…no es bueno, ni sabio, generalizar con el cálculo matemático del voto endiosado e inexpugnable.[1]

            En Guerra Contrarrevolucionaria, Jordan Genta sostiene que “No es prudente, ni sensato, ni razonable creer que se puede llegar a restaurar la Patria y el mundo en Cristo por la vía democrática y burguesa del Sufragio Universal. Mas bien, es imprudente, insensato y absurdo porque ya nos lo anticipó el propio Marx: “El Sufragio Universal es el gradímetro de la madurez del proletariado”.

            El francés Maurras (1868-1952), católico y opositor a los dogmas de la Revolución Francesa de 1789, va a identificar a la democracia con una arrolladora “dictadura del número”. De hecho, va a negarse “a suscribir aquella proposición según la cual la verdad de una situación política debía confiarse de manera absoluta a la decisión de una mayoría numérica, con menosprecio de la opinión sabia y experimentada”.[2] En la misma crítica a la democracia, incluirá a los partidos políticos que pululan en ella, a los cuales señala como intrínsecamente contradictorios, por cuanto “Los partidos políticos democráticos, por ejemplo, utilizaban la fuerza, pero una vez en el poder se apresuraban a descalificarla en nombre de las leyes, la Constitución y el derecho”. El esquema cierra perfectamente bien, si tenemos en cuenta que por el voto democrático un partido político de la democracia se reviste de legitimidad para hacer lo que se le antoje, dado que ya fue elegido por la mayoría que jamás se equivoca… Incurre ese partido triunfante, entonces, en la construcción de lo que para él es correcto de aquello que no lo es, así caiga en enormes contradicciones y arbitrariedades insospechadas.

            En La Comunidad Organizada, Perón advierte que la democracia en sí misma no representa una totalidad, y por eso mismo, no existe en su seno la armonía. Debido a esto, el hombre del presente vive inmerso en una crisis de tipo materialista, en donde “hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la cultura moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; ha descubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a lo poseído o a las propias facultades”. De esta manera, el sistema democrático, amparado en esa cultura moderna con sus teóricos y sus valoraciones, no reconoce sino los derechos que le corresponden mas no sus obligaciones. Por lo tanto, la democracia manifiesta apetencias egoístas e individualistas que la transforman en un sistema ineficaz y absolutamente disgregador.

            Por último, el Artículo 1º de la Constitución Nacional de 1949 no hablaba de un sistema político Republicano Democrático para el país sino, más bien, de uno Republicano Federal. Así también era concebido para la Confederación Argentina en 1853 y más aún en los pactos preexistentes a la Carta Magna. Jamás se habló de democracia tal y como hoy la conocemos.



Por Gabriel O. Turone 




[1] Si a lo dicho le sumamos que para potenciar una estadística electoral obraron el dinero proveniente del narcotráfico, la prebenda, el subsidio, la extorsión, la duplicación ilegal de DNIs y otras irregularidades más, el número porcentual surgido al final de una elección queda aún más empequeñecido porque, encima, fue alcanzado por medios delincuenciales y/o corruptores.
[2] Zuleta Álvarez, Enrique. “Introducción a Maurras”, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires, 1965, páginas 26 y 27.