miércoles, 29 de junio de 2016

INDUSTRIA Y DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: FINAL ANUNCIADO DEL FUTBOL CRIOLLO



La nota que sigue la redacté el 16 de julio de 2014, a pocos días del estrepitoso fracaso de la Selección Argentina de fútbol que perdió la final con Alemania en el Mundial Brasil 2014. Entonces, como ahora, ratifico lo aquí expuesto, en la seguridad de que la decadencia infame del fútbol local, promovida por la corrupción política, está en su peor etapa deportiva de la historia. Punto y aparte.

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INDUSTRIA Y DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: FINAL ANUNCIADO DEL FUTBOL CRIOLLO

En un olvidado y extenso reportaje de cien preguntas que le hicieron al doctor Carlos Salvador Bilardo para la revista El Gráfico el 13 de junio de 1995, éste ya auspiciaba la supremacía de los multimedios por sobre la destreza y la naturaleza del fútbol. Aquella vez, ante la pregunta de si la televisión controlaba al nombrado deporte, Bilardo dijo: “En-el-mundo, ¿eh? Yo lo veía venir desde hace muchos años: estadios para no más de 45.000 personas y el resto por televisión”. ¿Cuántos le prestaron (prestamos) atención a lo que decía el ex director técnico campeón en México 1986? Sin embargo, no fue el primero en observar el predominio de la tecnología por sobre la natural prestancia del jugador.
  
En Fútbol, dinámica de lo impensado (1967), el maestro Dante Panzeri ya hablaba –y se anticipaba- sobre la decadencia actual que habría de padecer el fútbol argentino con la llegada de los “ídolos inventados” por los medios publicitarios, los cuales iban dejando a un costado a aquellos ídolos natos que no eran parte de la nefasta “industrialización del espectáculo” deportivo, que, justamente, le hacía perder al fútbol este último carácter.   

Promediando los años 60 del siglo XX, Panzeri aborrecía del nuevo y decadente fenómeno que asomaba en el fútbol de nuestro país, en el que los medios de comunicación y publicitarios (televisión, radio, Internet, redes sociales, etc.) iban estructurando a un nuevo “jugador egoísta-angustiado” en detrimento del antiguo “jugador altruista-despreocupado” que salía a la cancha a hacer delicias con la pelota. De este modo –sostenía-, desaparece la esencia del fútbol para dar paso a jugadores cada vez más estructurados, limitados en sus funciones específicas y configurados, por ende, para satisfacer los gustos multimillonarios e insaciables de las firmas multinacionales que ahora, en la fiebre del negocio deportivo, van a porcentaje en la venta de tal o cual deportista. Messi, por ejemplo, tiene aseguradas sus piernas por cifras millonarias…¡y guay de ir a trabar fuerte una pelota en un partido de fútbol!  

“REVOLUCION INDUSTRIAL” DEL FUTBOL   

Panzeri da en la tecla al sostener que en el fútbol criollo “La sustitución de lo improvisado” se debe a “la obediencia sistematizada y tediosa de lo previsto con sentido de “productividad” que no arroja una mejor producción de espectáculo, ni efectividad futbolística”. Pregunta sin ánimo de ofensa: ¿No ha sido Lionel Messi, por ejemplo, un típico caso de “jugador angustiado” por la inmensa presión de las firmas multinacionales que lo usaron como su vedette? Ya hablaremos sobre el rosarino más adelante. Por ahora, van pequeñas preguntas retóricas en base a un excelente libro de 1967 que tiene pasmosa actualidad.    

Otra arma mortífera para el “fútbol atorrante”, que marcó los mejores años de nuestro fútbol entre 1930 y 1950, y del cual bebieron los Maradona allá en los potreros más lodosos del sur del Gran Buenos Aires, ha sido –dicho en palabras del maestro Dante Panzeri- “el desmesurado dinero en juego”. ¿Cabe alguna duda al respecto?    

Un abultado contrato que ligaba a Juan Sebastián Verón con el club inglés Manchester United, le ocasionó defeccionar durante el Mundial de Fútbol 2002 disputado en Corea del Sur-Japón. Ante la amenaza de su desafectación en el Manchester, y debido al “desmesurado dinero en juego”, Verón optó por asegurarse la renovación de su contrato con el club inglés al arrojar, durante el partido Argentina-Inglaterra jugado en ese Mundial, varias pelotas fuera del campo de juego al dar pases a donde no había ningún colega nacional. Por esta distorsión que ocasionó la “industrialización del juego”, es que el pueblo argentino ha tildado para siempre a Verón de traidor. El dinero reemplazó al talento, al jugador que en sus orígenes fue desprejuiciado y desfachatado, vivaz. A todo esto se anticipaban las páginas vaticinadoras de Dante Panzeri.  

Hay términos que se repiten en cualquier esfera de la humanidad. En este caso, la “Revolución Industrial” del fútbol significó su ocaso como deporte. El monstruo mediático y científico aplicado al “futbol atorrante”, terminó por destruir lo bello de esa actividad, pues deshumanizó al jugador, al tiempo que metodizó lo que ayer era espontáneo. El potrero –escuela de las máximas figuras de nuestro otrora glorioso fútbol argentino- dejó paso al club y los controles, a los cotos cerrados, al no contacto con el medio ambiente. Y mientras salía la naturaleza del ámbito, ahora entraban –para quedarse- las marcas, la tecnología y los negocios.   

Panzeri veía ya la locura colectiva gestada alrededor de los nuevos jugadores-estrella, los cuales pasaron a ser meros ejecutores de lo que las marcas que los auspiciaban les mandaban realizar. Un fútbol profesionalizado, deshumanizado, “no puede seducir (…) carece de alegría. El fútbol ha matado su alegría para dar paso a la afirmación de su “seriedad” e importancia comercial”. Esto que sigue, puede que lo haya vivido Messi durante todo el Mundial 2014, al no poder sostener la presión que sobre él ejercían las firmas que lo anunciaban en las publicidades: “No puede sonreír quien está angustiado; no puede hacer sonreír a otros quien no está en estado de ánimo de sonreír, puesto que lo absorbe la angustia de lo serio que está jugando, valga la contradicción tan propia del fútbol en su actualizada manera de jugarse”.   

DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: LOGICA IMPERIALISTA DEL FUTBOL  

La siguiente analogía entre nuestro actual fútbol argentino y la División Internacional del Trabajo impuesto en la Argentina, por Inglaterra, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, tiene mucho de verdad y de tragedia.   

Hay que manifestarlo con extrema contundencia: el fútbol criollo ha sido colonizado por un esquema histórico de imperialismo foráneo y entregadores internos. Al producirse en la historia la primera y más famosa “Revolución Industrial” de la mano de Inglaterra (1770-1830), con la invención de la máquina a vapor, aquella nación empezó a idear un esquema universal en el cual subsistirían a posteriori, en desiguales condiciones de existencia, países ricos (industrializados) y países pobres o subdesarrollados (proveedores de materias primas).   

Los primeros (países ricos), con su nueva mecanización, lograron una productividad excesiva que los impulsó a colocar sus bienes manufacturados y sus capitales en aquellos mercados mundiales conocidos e inhóspitos. Inglaterra, la gran beneficiada en todo este proceso financiero-industrial expansionista, quiso imponer por la fuerza de las armas estos principios en nuestro país en 1806 y 1807 (Invasiones Inglesas), las cuales fueron rechazadas por el criollo alzado en armas y por regimientos tanto españoles como argentinos. 
  
Sin inmiscuirnos en el detalle cronológico de nuestro devenir, sí es preciso observar que, una vez derrotado Juan Manuel de Rosas en 1852, la Argentina hizo su humillante entrada triunfal al esquema de la División Internacional del Trabajo, eufemismo poco hiriente a través del cual se intentó ocultar esta arbitraria separación de países ricos y países pobres. Políticos autóctonos sesudamente adoctrinados y educados en Inglaterra, o bajo sus rígidos principios expoliadores, asumieron los cargos más importantes para entronizar a la Argentina hacia su fatalidad.
   
Los centros de poder mundial, entonces, se vieron en una inmejorable situación para poder extraer nuestras materias primas a muy bajo costo, abultando las ganancias de la oligarquía local y llevándose para Inglaterra –principalmente- esos bienes que luego, en un cerrar y abrir de ojos, nos lo vendían ya manufacturados o elaborados a un precio muy superior al que se fueron en primera instancia. Para ello, los británicos habían puesto sus capitales sobrantes para crear la red ferroviaria que surcaría todo el territorio argentino, red que, vista desde los aires, tenía una insospechada figura de abanico cuyo vértice se centraba en el puerto de Buenos Aires, donde las materias primas cargadas salían, con suma rapidez, hacia la Inglaterra industrializada, que siempre estaba ávida y deseosa de seguir poniendo en funcionamiento su maquinaria con el incalculable y barato aporte de nuestros suelos y bienes virginales.  
 
Aunque la mayoría no lo había advertido, algunos pensadores sí sabían de qué se trataba todo ese sistemático saqueo de nuestras riquezas. Raúl Scalabrini Ortiz, preclaro pensador de lo nacional, todavía andaba denunciando, el 22 de mayo de 1935, “la entrega de los ferrocarriles del estado al capital inglés (cuando) Se preparaba la compra del Ferrocarril Central Córdoba para el Estado para luego maniobrarlo a favor del capital británico”.[1] 
 
Sobrevino el peronismo, y allí se puso coto al saqueo, mas no a las naturales y lógicas relaciones económicas y financieras entre Argentina e Inglaterra, aunque ahora celebradas con dignidad y respeto. Pero logrado el golpe de Estado de 1955, nunca más hubo de recuperarse la nación y hoy, ya con nuevos actores mundiales, tal División Internacional del Trabajo prosigue su derrotero dentro de la tecnocracia vigente.   

En el fútbol local, tal esquema también existe. Mientras que en el pasado –orígenes de nuestro fútbol profesional- las figuras nacían y morían deportivamente hablando en el país, hoy en día los clubes de fútbol europeos, reconvertidos en megaempresas del deporte, compran a los futuros cracks antes de que desarrollen su físico, a edades que pueden ir desde los 10 o los 13 años de edad.   

La “industrialización del juego”, que hoy se practica a la misma velocidad que la tecnología virtual, arranca de las inferiores de los clubes criollos a los retoños que todavía no han desarrollado para sí una personalidad de cuño argentino. Lionel Messi, para ilustrar el ejemplo, me parece lo más acertado en este punto: a los 13 años de edad, ya se había convertido en un producto del fútbol, al ser comprado por el Barcelona de España, quien le pagó un tratamiento para el crecimiento corporal y le dio una formación digna del jugador envuelto, más que en prácticas libres y sin ataduras, en el insulso mundo de las ganancias, las estadísticas y los valores bursátiles (pues, el F. C. Barcelona cotiza en la Bolsa de Valores).
   
Después: Messi es apenas el ejemplo que más a mano tenemos para ejemplificar esta aberración del fútbol moderno, pero hay muchos otros más que no han enraizado en su tierra, y que sí, en cambio, porque fueron vendidos a bajo precio –cual materia prima- a clubes extranjeros, ahora éstos los viven con la sola finalidad de incrementar el patrimonio empresarial de los equipos más afamados de Europa.   

Esa materia prima (jugador en edad de niño, virgen) pasa toda su mejor etapa deportiva en suelo extraño, período en el que gasta sus máximas energías triunfando y levantando copas que no aportan en nada a nuestro fútbol local. Y una vez que ya empieza a envejecer; una vez que empieza a recibir los primeros silbidos; una vez que empieza a notar que no puede correr ni hacer goles como antes, entonces sí: lo repatrían, inservible como está, hasta confinarlo o en el club de sus amores (en donde es un auténtico desconocido, porque fue arrancado desde chico del país de origen) o en algún club que nadie conoce y que se ilusiona con tener a la “figura” de casi treinta y pico de años y que tiene sus piernas rotas y la cadera al borde del quebranto.   

Es decir, que la vuelta de ese jugador que no conoce su país –y al cual, desde lo futbolístico, poco y nada le aportó-, se parece a esos recursos naturales de país subdesarrollado que, explotados por alguna insensible y contaminante empresa multinacional, cuando ya no reportan ganancia o rédito alguno, son abandonadas por la empresa que deja la zona desértica e inútil para siempre. Verbigracia: La Forestal inglesa en amplias zonas de Santa Fe, Santiago del Estero y el Chaco, entre 1910 y 1945.
   
¿Por qué, entonces, si teníamos tantos “fenómenos” en la Selección Nacional que fue a disputar el Mundial Brasil 2014, la gente se disgustó con el director técnico Sabella porque no puso a un Carlos Tévez entre los 22 convocados? Muy fácil: porque Tévez, fogueado y con varios años encima en el fútbol local, ha demostrado ser un jugador guapo, valiente, encarador, servicial y divertido, características estas que hoy no tiene el “jugador egoísta-angustiado” del fútbol industrializado, que en vez de tener hambre de gloria y ganas de redimir a un pueblo sufriente, se la pasa calculando su futuro en euros.   

Vuelvo a Dante Panzeri, para quien el final del potrero –donde Tévez la descoció, allá en los parajes abandonados de Fuerte Apache- marcó, para siempre, el final del fútbol criollo a manos de otro hiperindustrializado, cargado de figurones y miedosos preocupados en perder las piernas y los contratos. De continuar así, jamás nos quitaremos el cáncer de la División Internacional del Trabajo en nuestro fútbol. Y veremos, plácidamente, como siguen corriendo los años y cómo, cada vez con mayor nostalgia, nos acordaremos de los golazos criollos de Diego Armando Maradona en México ’86.    


Por Gabriel O. Turone

[1] Bares, Enrique. “Scalabrini Ortiz. El hombre que estuvo solo”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1961, páginas 27 y 28.

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