Se cumplirá el
próximo 29 de mayo, el 46º aniversario del secuestro y asesinato del teniente
general Pedro Eugenio Aramburu, precisamente un Día del Ejército.
Pasados los años, no pocos
confundidos y peor informados siguen saludando el episodio como si, de verdad,
se tratara de un ‘vuelto’ que el peronismo realizó contra uno de sus verdugos,
saliendo a rememorar y publicar por cuanto foro o red social de Internet exista
los famosos Comunicados de la
Organización Montoneros de aquellos días, o bien propalando el relato fantástico
–por lo inverosímil- que desde las páginas de La Causa Peronista, del 3 de septiembre de 1974, hicieron los
subversivos explicando su supuesta hazaña.
Hoy
en día existen innumerables pruebas (documentos, archivos, etc.) que dan por
cierto que el secuestro y posterior muerte de Pedro Eugenio Aramburu fue obra
de civiles y militares que estuvieron relacionados al gobierno del general Juan
Carlos Onganía (1966-1970). Vemos en las páginas de la obra Aramburu: el Crimen Imperfecto (de
Eugenio Méndez, Sudamericana-Planeta, 1987), que el propio padre de Firmenich,
el ingeniero Víctor Firmenich, al ser reporteado por la revista Gente el 23 de julio de 1970, en un
pasaje de la entrevista puso en dudas si su hijo Mario Eduardo Firmenich
actuaba solo o mandado por alguien:
“- Mire, yo no sé qué es lo que pasó. No sé
si tuvo algo que ver, en todo caso es posible que sea el instrumento de
alguien, pero nunca la parte principal.
-
¿Instrumento de
quién?
-
No sé, pero
alguien está manejando todo esto. Eso es seguro.”
Y la publicación Periscopio, Nº 45, del 28 de julio de
1970, hacía lo propio al poner en dudas la autónoma actuación del grupo que se
hacía llamar solamente Montoneros, al
referir lo que sigue:
“Con todo, las lagunas y las curiosidades
no enjuagadas quizás se diluyen –si cabe- apenas volvemos a la máxima pregunta,
que obsesiona al país entero: ‘¿Qué hay detrás del Caso Aramburu?’ La policía
dirige hacia allí sus afanes; una vez que resuelva este enigma central, una vez
despejado el qué, le será fácil conocer el por qué y los quiénes. Sin duda, la
masacre del ex gobernante respondió a una conspiración política más vasta, más
ominosa, más execrable que los devaneos ideológicos y criminales de un grupo de
muchachos. Una Comisión Investigadora con facultades extraordinarias sería de
enorme ayuda.”
‘AZULES’ Y
‘COLORADOS’
En todo este nauseabundo lodazal, se filtraba la
antigua disputa de los sectores ‘Azules’
y ‘Colorados’ del Ejército Argentino,
interna que debe su origen al derrocamiento del gobierno constitucional del
teniente general Juan Domingo Perón en septiembre de 1955.
Como no era tarea fácil
hacer olvidar al pueblo todas las realizaciones o conquistas sociales
efectuadas por el peronismo saliente, lo que conllevaba a creer que éste ya era
parte indisoluble de la memoria y alma colectiva, las FF.AA., en general, y el
Ejército, en particular, se vieron en la disyuntiva de hacer algo al respecto.
Así, dentro del Ejército afloraron dos tendencias: una ‘Azul’, representada por militares que no querían el regreso de
Perón pero sí, en cambio, preservar sus conquistas sociales para tener apoyo
popular; y, del otro lado, una tendencia ‘Colorada’
que deseaba, sin más, el exterminio de toda reminiscencia peronista. Este
último sector también se componía de una mayoría de integrantes provenientes de
la Armada Argentina.
Los golpistas ponen el 23 de
septiembre de 1955 en la Casa de Gobierno a un ‘Azul’: el general Eduardo Lonardi, hombre de extracción
nacionalista católica y amigo de la juventud de Juan Domingo Perón.[1]
En noviembre del mismo año, y no conformes con lo que consideraban era un
gobernante débil –porque era ‘Azul’-, los “Libertadores” desplazan a Lonardi y
en su lugar ponen a un ‘Colorado’, el
teniente general Pedro Eugenio Aramburu, quien fue secundado por el almirante
Isaac Francisco Rojas[2],
recalcitrante antiperonista y ‘Colorado’
como aquél.
A partir de la instauración
del ala más dura de la llamada “Revolución Libertadora”, el sector ‘Colorado’ del Ejército va a expandir su
influencia hasta el año 1958, que es cuando se produce la apertura democrática
y el triunfo electoral del Dr. Arturo Frondizi. De todas maneras, los dos
gobernantes surgidos por el voto popular entre 1958 y 1963 (Frondizi e Illia)
van a estar marcados muy de cerca por los hombres de las fuerzas armadas,
siempre atentos al peligro que para ellos implicaba el regreso o la creciente
influencia del peronismo proscripto. Y como otra instancia, dentro de esa
marcación se seguían enfrentando los ‘Azules’
y los ‘Colorados’ por ver quién tenía
y ejercía el control militar del país.
La puja interna del Ejército
se mantuvo inalterable. Algunas veces, hasta se llegó a la producción de
algunos amotinamientos o alzamientos armados, uno de los cuales tuvo lugar en
el barrio porteño de Parque Chacabuco, en donde aviones y cañones antiaéreos se
disputaron la supremacía castrense. Allí hubo una cifra no oficializada de
muertos y heridos, y un buen número de compañías enteras de regimientos
movilizadas para semejante lucha fratricida.
LOS MUCHACHOS
DE ONGANIA
Mediante otro golpe de Estado llevado a cabo el 29
de junio de 1966, se hace con el poder el general Juan Carlos Onganía, de
extracción ‘Azul’. Es interesante
advertir que, pese a lo que comúnmente se niega, Onganía sí mantuvo contactos
secretos con gente cercana a Perón, y hasta coqueteó con dirigentes sindicales
que, como el emblemático ejemplo de Augusto Timoteo Vandor, le ofrecieron a
Onganía alguna estabilidad a su gobierno de Facto. Vandor, de hecho, estuvo
presente en la asunción de Onganía en la Casa de Gobierno.[3]
Cuando para 1969 asesinan a Vandor en la sede porteña de la UOM (Unión Obrera
Metalúrgica), Perón ya lo había perdonado de su defección tras cuatro reuniones privadas que ambos mantuvieron en
Irún, “un pueblito vasco, bordeado por
el río Bidasoa, que hace de frontera entre España y Francia”, explica Juan
Bautista Yofre en La trama de Madrid.
Héctor Vilallón ofició entre ambos para concretar dichos encuentros.
El
sueño de Onganía era el de perpetuarse lo más posible en el poder (unos 20
años), para dejar instaurados los principios de lo que él llamaba la
“Revolución Argentina”. Es decir, que si asumió mediante un golpe institucional
en 1966, esa “revolución” debía durar hasta por lo menos el año 1986. Fue
entonces, que Onganía se dispuso tener apoyo gremial y socavar cualquier
intento que le dispute su permanencia en el gobierno supremo de la Nación, por
lo que tuvo que lidiar contra las aspiraciones de los militares ‘Colorados’ del Ejército y contra los
civiles que tenían la intención de reagrupar sus partidos políticos para llamar
a elecciones democráticas.
Sin
embargo, algo inesperado va a surgir en la arena política argentina, como ser
el surgimiento de Pedro Eugenio Aramburu con un partido cuyas siglas fueron UDELPA
(Unión del Pueblo Argentino), que comenzó a nuclear, a inicios de los años 60,
a vastos sectores de clase media, los cuales se habían mantenido apáticos
frente a los acontecimientos políticos vernáculos. Teniendo en cuenta, pues,
que el sueño de Onganía era permanecer dos décadas en el poder, UDELPA y su
mentor, Aramburu, se erigían como un verdadero peligro para tales aspiraciones.[4]
La ligazón
entre el grupo fundador de Montoneros y el gobierno del general Juan Carlos
Onganía viene dada por el origen ideológico del primero. En su composición, los
hermanos Abal Medina, Firmenich, Crocco, Capuano Martínez, Sabino Navarro y
Ramus eran nacionalistas católicos post-conciliares, de padres antiperonistas.
Varios de los nombrados habían sido alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires, conocido
reducto de izquierdistas bien,
preferentemente de clase media y media-alta.
Del lado gubernamental,
Onganía habíamos dicho que era de la extracción ‘Azul’ del Ejército (por lo tanto, antiperonista moderado),
nacionalista católico y tenía por confesor a un jesuita, el padre Mariano
Castex, acérrimo opositor a Perón.[5]
Este Castex, a su vez, era amigo de Diego Muniz Barreto, asesor del general
Onganía y colaborador del coronel Luis César Perlinger.
Sobre estos dos personajes
nombrados –Muniz Barreto y Perlinger-, hay mucha tela para cortar. En primer
término, Muniz Barreto tenía una reconocida filiación ideológica rosista y
filonazi, y fue encargado por el propio Onganía para que dialogue con
dirigentes sindicales y con militantes de la llamada “izquierda nacional”, que
tantos dolores de cabeza le ha traído al peronismo. Había actuado en 1955 como
‘comando civil’ en contra de Juan Domingo Perón, al punto de adjudicársele a él
la voladura del “edificio del Consejo
Superior Peronista con gelinita traída especialmente de Uruguay en su pequeña
embarcación aquel trágico 16 de junio de 1955”.[6]
Entre 1970 y 1971, cuando Mario Eduardo Firmenich estaba como jefe máximo del
poder de Montoneros, Muniz Barreto afianzaría sus lazos con él. El 11 de marzo
de 1973, Diego Muniz Barreto salió electo diputado nacional por el FREJULI en
momentos en que militaba para Montoneros. Moriría asesinado en 1977.[7]
El coronel Perlinger también ungió como asesor del general Onganía. Cuando
Cámpora fue electo Presidente de la Nación, Perlinger colaboraba entonces con
la subversión, y en 1976 fue detenido por las autoridades del Proceso de
Reorganización Nacional, quedando en libertad en 1981.
Otro
nexo entre los guerrilleros y el gobierno militar lo hallamos en Hugo Miori
Pereyra, amigo personal del Ministro del Interior de Onganía, general Francisco
Antonio Imaz. Este Miori Pereyra está sindicado como el planificador del
secuestro de Aramburu en mayo de 1970. Por otro lado tenemos al general
Francisco Imaz[8],
quien fuera amigo personal del empresario Antonio Romano, encargado de pagarle
a los delincuentes subversivos para secuestrar y ‘darle un susto’ a Aramburu,
todo con el fin de bajarlo de una puja electoral que le habría impedido
continuar con la “Revolución Argentina” a Onganía.
El
empresario y estanciero Romano, a todo esto, incumpliría con una parte del pago
prometido a la agrupación Montoneros,
dado que la idea era ‘darle un susto’ a Aramburu y no que se les muriera de un
paro cardíaco, que fue lo que en verdad aconteció. Como parte del dinero que
Romano le pagó a los subversivos, se encuentra el autómovil Renault 4L que
compró la desempleada Norma Arrostito el 26 de mayo de 1970 por la suma de $
6550.- a la concesionaria Bosch Automotores.[9]
Su hermana Nélida Arrostito, y el esposo de ésta, Carlos Maguid, “muchas veces se preguntaban de dónde había
sacado Norma el dinero”, siendo que ella había abandonado en marzo de ese
mismo 1970 el empleo de maestra que ejercía en el colegio “Arco Iris”, cito en
Uriburu 1030, Buenos Aires.
En
total, Onganía habría de encargarle a su amigo Antonio Romano el pago de $ 20.000.000 por ‘asustar’ a Aramburu,
el cual se realizaría en dos partes: un adelanto o anticipo de $ 5 millones, y
restantes 15 millones que, luego del asesinato de Aramburu, reclamaban los
subversivos. Para cobrar la última cifra, “El
7 de setiembre de 1970 Fernando (Abal Medina) y su grupo tenían una cita muy
importante en la pizzería “La Rueda”, ubicada en la esquina de Potosí y
Moctezuma de William Morris (…) A una cuadra de la pizzería está la estación
del tren y a diez la Comisaría 4ª de Hurlingham, que depende de la Regional
Morón. Allí Fernando, como jefe del grupo, tenía que encontrarse con El Pagador, quien le daría el saldo del
dinero que habían acordado por el “trabajo” con Aramburu…”, narra Méndez en
Aramburu: el Crimen Imperfecto.
No
es cuestión de describir puntillosamente lo sucedido aquella noche cerril, en
donde, tras ser delatados, son emboscados y acribillados a balazos Fernando
Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus. Por estos hechos, y obnubilados por el
engaño de un relato que, como se ha dicho, era fantástico, la Organización
Montoneros declararía el 7 de septiembre como “Día del Montonero”.[10]
Al sentirse defraudados por
quienes los utilizaron para ‘operar’ contra Aramburu, los sobrevivientes del
grupo fundacional de Montoneros
clamaría venganza por la muerte de Abal Medina y Ramus en William Morris, por
eso designarían, tras un sorteo, a Norberto Rodolfo Crocco para que ultime a
balazos al empresario Antonio Romano en su Estancia “Mar Chiquita”, ubicada a
un costado de la Ruta 2, a pocos kilómetros de la laguna de Mar Chiquita,
Provincia de Buenos Aires. Este hecho acontece el 20 de enero de 1970. Una vez
que Crocco le pega dos tiros a Romano en el hall de su casco de estancia con un
revólver 11.25 que llevaba silenciador, el subversivo criminal había pactado
con los de su calaña que procedería a suicidarse. Y así lo hizo: ante la
presencia de dos de los hijos del estanciero y empresario Romano, Crocco “murmura un rezo, se persigna, y se dispara
un tiro en la sien”.
Este episodio fue conocido
por la prensa de su tiempo como “La
Tragedia de Mar Chiquita”, el cual puso en el tapete nuevas pistas sobre el
Caso Aramburu y las oscuras relaciones entre Montoneros y Onganía. Para desviar la atención, la hermana de
Crocco hizo declaraciones al diario La
Razón, entre el 26 y el 31 de enero de 1971, afirmando que “Romano era contrabandista. Mi hermano se
dedicaba a la compra y venta de tierras y ganado, y realizó una importante
operación con Romano, una operación por muchos millones de pesos, suma que
desde hacía mucho tiempo mi hermano procuraba cobrar. Pero Romano se iba en
promesas”, y remata diciendo (mintiendo): “Mi hermano era un hombre tan derecho que al no poder regresar a
nuestra casa con las manos llenas de sangre, y por respeto a sus padres y demás
familiares, optó por suicidarse”.
Otra
muerte sumida en el misterio, fue la de Carlos Capuano Martínez, otro
delincuente subversivo que ‘jugaba’ para el onganiato. Fue emboscado con más
sigilo que los infelices de William Morris, en la pizzería “Santa Lucía” del
barrio de Barracas, el mediodía del 16 de agosto de 1972. A todo esto, Mario
Eduardo Firmenich, curiosamente ileso de cuanta trampa o emboscada le fuera
realizada al núcleo fundacional de Montoneros, a la muerte de Capuano Martínez
asumió como jefe máximo de la agrupación, investidura que nunca más
abandonaría.
Las crónicas y las investigaciones
que surgieron tras el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, pusieron
en evidencia que “Mario Firmenich (…)
visitó el Ministerio del Interior de Imaz veintidós veces entre abril y mayo
del 70, es decir, en el mes y medio previo al secuestro”[11],
quedando el registro de esas entradas en las planillas de mesa de entrada.[12]
LA VERSION
PERONISTA DEL CRIMEN
El justicialismo, y con él su conductor, don Juan
Domingo Perón, desconocían hasta entonces a estos jóvenes delincuentes que,
optando por la agudización del enfrentamiento entre argentinos, actuaron bajo
el denominativo Montoneros y a título
de un gobierno militar de facto.
Interesa
aquí el testimonio de Héctor Sandler, militante de UDELPA en ese fatídico 1970,
el cual expresó en un reportaje que le hicieron en México el 31 de mayo de
1984: “Veníamos trabajando con Aramburu
sobre la base de la recomposición del país a partir de nuestra alianza con el
peronismo”.[13]
De haberse oficializado una lista con candidatos propios del partido de
Aramburu en ese año de 1970, Sandler estaba previsto que vaya como Ministro de
Economía de la Nación.
Ocurrido el asesinato de
Aramburu, el peronismo condenó a los subversivos a sueldo, encontrándose la
prueba irrefutable de tal posición en la carta fechada en Buenos Aires el 3 de
junio de 1970. Era una misiva de 3 carillas de extensión que Jorge Daniel
Paladino, a la sazón Delegado del Comando Superior Peronista, le envía a Juan
Domingo Perón con referencia al rapto de Aramburu. Allí, expresa:
“Hasta
el momento no se sabe si Aramburu está vivo o está muerto. Lo que sí parece
claro es que el secuestro ha sido obra de elementos organizados adictos al
gobierno [de Onganía]. (…) El gobierno está dando espectáculo con miles de
hombres en “la gran cacería”, helicópteros y aviones, como en las películas.
Pero todo el mundo sospecha que se trata de un gran “camelo”.-
“En
los “comunicados” de los secuestradores se advierten dos cosas: una, que no
atacan ni al gobierno ni a la situación del país. Dos, que sugieren que son
peronistas. Es decir, tratan de echarnos la culpa a nosotros. Pero todo ha sido
tan burdo que en este aspecto han fracasado. Ni las masas se han dejado
engañar, generalizándose la creencia general que la mano del gobierno está en
esto, ni los “gorilas” se han confundido. (…) Descartan cualquier participación
peronista en el hecho…”
Este importantísimo
documento, lo aporta Juan Bautista Yofre en su reciente Puerta de Hierro (Sudamericana, 2015, página 433). Una página
atrás, y tomado de la biografía que sobre Pedro Eugenio Aramburu hicieron
Rodlfo Pandolfi y Rosendo María Fraga –este último, reconocido antiperonista
mediático-, dice que “El 30 de mayo (de
1970), Perón opinó de manera indirecta, asegurando que el hecho (el secuestro)
era contrario al espíritu del peronismo y dejando entender que los autores no
eran justicialistas”.
¿Quedan dudas sobre el
origen turbio y criminal de los Montoneros, que no eran, sino, hijos del onganiato y contrarios a los principios
cristianos y humanos de la doctrina del Movimiento Nacional Peronista? Por eso,
ante la cercanía de un nuevo aniversario de la desaparición y muerte de
Aramburu, recuerde, que, más que una “hazaña”, el acontecimiento se trató de un
ardid perfectamente planificado desde el extranjero y ejecutado por traidores
locales que aceleraron la sangría y el retraso de un pueblo que todavía paga
las consecuencias de su colosal autodestrucción.
[1] Perón fue Agregado Militar en Chile a comienzo de la
década de 1940, y Lonardi sería su sucesor. Aquí rompieron su amistad, por
cuanto Lonardi se vio envuelto de rebote en un caso de espionaje que en el país
trasandino había iniciado Perón. Por esa misma razón, Lonardi fue detenido en
Chile por algún tiempo. Por lo dicho, la aceptación de reemplazar al derrocado
Perón en 1955 pudo haberse tratado de una venganza personal de Eduardo Lonardi.
[2] Isaac Rojas fue nombrado Agregado Naval a la Embajada
de la República Argentina en Río de Janeiro (Brasil) el 1º de febrero de 1950,
por Decreto 1636/50 emitido por Juan Domingo Perón.
[3] Sin ofrecer excusas de ninguna naturaleza, la opción
de Vandor estuvo harto justificada por el contexto que vivían en 1964 el
Movimiento Nacional Peronista y el Movimiento Obrero Organizado ante el fracasado
intento de retorno de Perón al país. Téngase en cuenta, que desde 1955 y hasta
1964 las entidades gremiales fueron intervenidas, detenidos sus dirigentes,
silenciados sus medios de comunicación y desmoralizados sus cuadros por la
detención y expulsión de Perón en Brasil cuando intentaba echar pie en la Argentina.
Allí, entonces, habría de generalizarse, con el apoyo
de muchos gremialistas, la idea de un “Peronismo sin Perón”, en el sentido de
que si la figura del conductor era el escollo insalvable a resolver para que
vuelva el peronismo al poder, menester era, entonces, tomar sus banderas descontando
su presencia. Además, en el ánimo de sus partidarios había quedado la sensación
de que Perón, ahora sí, no iba a regresar nunca más al país.
Por su parte, no seré yo quien dé los nombres de
actuales dirigentes peronistas históricos que me han brindado una opinión para
nada adversa de Vandor, quien hasta ayudó a muchas seccionales de sindicatos en
el interior a mantenerse en la lucha en tiempos de la “Resistencia Peronista”.
[4] El de UDELPA fue un caso muy paradigmático a la hora
de reflejar los vaivenes de los actores políticos. En 1963, Aramburu se
presentó como candidato a Presidente de la Nación con UDELPA, siendo derrotado
por el radical Arturo Illia. Diez años más tarde, en 1973, y ya muerto
Aramburu, UDELPA conformó la Alianza Popular Revolucionaria (APR), nucleando a
revolucionarios cristianos y comunistas. La APR llevaría como candidatos a
Oscar Alende y Horacio Sueldo.
[5] En la opinión del Prof. Carlos A. Disandro, los
Jesuitas entre 1969 y 1971 “parten de la
‘tercera posición peronista’, que es ante todo una sana posición política, que
deriva de un planteo político nacional, y la convierten en un internacionalismo
revolucionario, cuyo manifiesto subversivo teológico es la Populorum Progressio, signo de la alianza sinárquica entre Moscú y
el Vaticano, signo también de un poderoso estímulo para la revolución cultural,
dentro de la Iglesia.” (La
Conspiración Sinárquica y el Estado Argentino, de Carlos A. Disandro,
Ediciones Independencia y Justicia, página 39).
[6] Citado en Aramburu:
el crimen imperfecto, de Eugenio Méndez, página 28.
[7] El diario La Nación del 18 de marzo de 1972,
comentaba que Diego Muniz Barreto fue el productor de la película Juan Manuel de Rosas que, estrenada en
1972, estuvo dirigida por Manuel Antín y protagonizada por Rodolfo Bebán. La
esposa de Muniz Barreto, Teresa Escalante Duhau, “hizo el papel de Manuelita (…) Muniz Barreto, nacionalista y rosista,
facilitó el moblaje, que era el que auténticamente había pertenecido a Rosas.
El asesor en armas fue el coronel Luis César Perlinger”.
[8] El dirigente radical Enrique Vanoli dirá en un
reportaje otorgado para Siete Días el
16 de marzo de 1983: “Los Montoneros
comenzaron como apoyo paramilitar de Onganía y esto se comprueba además en la
creación de la revista oficialista Azul y
Blanco donde (Juan Manuel) Abal Medina reconoce haber coincidido con
Marcelo Sánchez Sorondo, en los contactos frecuentes entre Firmenich y el
general Imaz. Como Aramburu conspiraba para derrocar a Onganía, muchos de
nosotros suponemos que el secuestro y asesinato del ex presidente debió ser
investigado a fondo (…)”.
[9] Para ir a comprar dicho automóvil, Norma Arrostito
fue acompañada por Mario Eduardo Firmenich y Fernando Abal Medina, de acuerdo
al testimonio de Roberto Tótaro, vendedor de Bosch Automotores.
[10] Eugenio Méndez afirma que “En La Causa Peronista de
setiembre de 1974, Montoneros sindicó al propietario de una farmacia, ubicada
frente a la pizzería “La Rueda”, como autor de la denuncia anónima. Esta
acusación era falsa, ya que la farmacia había cerrado a las 19.30 y el grupo
llegó a las 19.50. Reconocer que esperaban a un pagador vinculado con el
gobierno (de Onganía) hubiera sido su ocaso definitivo”. (Op. cit., página
123). La ubicación exacta de la Pizzería “La Rueda” era calle Potosí 3405,
entre Villegas y Esquel, localidad de William Morris, Provincia de Buenos
Aires. Hoy existe allí un local de ropa femenina.
[11] Citado en Dossier
Secreto. El Mito de la Guerra Sucia, de Martin Andersen, Planeta, 1993, página
90.
[12] Mario Eduardo Firmenich continuó actuando bajo el
amparo de oscuros oficiales del Ejército Argentino en el último gobierno
peronista (1973-1976) y durante la dictadura cívico-militar iniciada en marzo
de 1976. Cooperó activamente con el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército
en Buenos Aires, bajo las órdenes del entonces coronel Alberto Alfredo Valín.
Éste, que luego llegó al grado de general, ocupó la jefatura del Batallón 601
desde el 11 de octubre de 1974 hasta el 27 de octubre de 1977.
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