Movimiento Cívico
para la Cultura Nacional
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Carta de Presentación ~____________________
La formación del
individuo es la parte esencial para que los pueblos alcancen su óptima
realización, es decir, su equilibrio espiritual y material.
No
hay realización posible si el hombre no inicia el camino con fe, porque el alma
es el motor de nuestro corazón que con amor nos acerca a nuestros semejantes,
produciendo acciones solidarias y organizadas en beneficio de su propia
felicidad para alcanzar su bienestar, el de su familia y el de la comunidad
toda.
La
historia es la base para que todo individuo deje de ser un ente primario y pase
a convertirse en un ser social. El perfeccionamiento de su intelecto se produce
cuando el conocimiento adoptado logra atravesar ciertas pruebas o desafíos con
total seguridad, al tiempo que los depositarios de dicho conocimiento continúan
produciendo otros acontecimientos que enriquecen y consolidan su crecimiento
social mediante la valoración del presente y la construcción del futuro.
Estos
mecanismos que surgen de nuestras diarias inquietudes, son los mismos que
dieron paso a la cultura de nuestra comunidad nacional nacida desde los valores
cristianos y que, unidos a la sabiduría de los pueblos primitivos, se fueron
enriqueciendo con las distintas y sucesivas inmigraciones.
En
nuestra cultura prevalecen valores fundamentales como la fe, la amistad, el
amor por la vida, el respeto por la dignidad humana, la libertad, la
solidaridad, el interés y el respeto por la justicia, el amor a la tierra, el
cariño por la familia, la educación de nuestros hijos y el trabajo, valores
todos inspirados en Dios, fuente de toda razón y justicia.
Autenticidad,
creatividad y responsabilidad se suman a la escala de valores que solo pueden
ser asumidos por una existencia impregnada de espiritualidad, en plena posesión
de una conciencia moral sin la cual el hombre pierde su condición de tal.
Las
distintas etapas de nuestra historia nos fueron dando nuestra identidad, la
identidad del criollo, el defensor de su tierra, el que luchó en mil batallas
contra la dominación extranjera. Éste no fue otro que el que acuñó sueños de
Patria, y quien, en definitiva, con su vida forjó los cimientos necesarios para
echar las bases de nuestra independencia.
Argentina
fue, es y será acosado permanentemente por los poderes sinárquicos que aspiran
a la conformación y consolidación de un gobierno universal de pensamiento único,
ya sea por su mar continental, por la Antártida, por sus riquezas naturales o
por sus capacidades intelectuales.
La
defensa de nuestra querida Patria debe darse, sin duda alguna, en la madurez
del pueblo argentino, madurez que debe estar sustentada en y por el
conocimiento histórico, la conformación de la identidad, la abundancia del
saber y el cúmulo de nuestras propias experiencias, instancias que ayudan a
afirmar nuestra cultura nacional.
En
un mundo tan controvertido que camina hacia profundos cambios, y en el cual los
líderes mundiales todavía carecen de objetividad para la toma de decisiones, hace
que la organización de la comunidad deba realizarse en su propio hábitat,
buscando soluciones a partir del conocimiento y dando respuestas a sus
problemas más elementales para desarrollar la vida en plenitud.
Necesitamos
un proyecto de país, en donde la comunidad nacional participe en un todo, y nos
remitimos a las palabras del Santo Padre: “Tenemos
que privilegiar el tiempo al espacio, la unidad al conflicto, el todo a la
parte y la realidad a la idea”.
Es
indispensable fortalecer la unidad de concepción para la unidad de acción.
Es
el momento de despojarnos de nuestros intereses egoístas y posturas
intransigentes que nos fragmenten y dividan. Debemos forjar la Unidad Nacional.
Para
enfrentar la desigualdad, la pobreza, el hambre y la exclusión social, debemos
recuperar la cultura del trabajo, el trabajo genuino y no otras formas de
esclavitud. Necesitamos un salario real y justo.
El
narcotráfico y la corrupción, caracterizados elementos de destrucción masiva de
la mente, el alma y el cuerpo, por un lado; y la lujuria del dinero, que busca
de cualquier manera la obtención de plata fácil poniendo en riesgo vidas
humanas, instalando el miedo y la inseguridad, por el otro, deben ser
correspondidos con la detención, la investigación y la aplicación de la ley.
La justicia debe ser el
equilibrio justo para el reordenamiento de la sociedad y la protección física y
jurídica de los ciudadanos y las instituciones. Y las penas deben ser de
cumplimiento efectivo, sin la intervención de jueces garantistas y sin
tolerancias ni justificaciones absurdas o complacientes.
Dentro de la Ley todo, fuera
de la Ley nada.
El
trabajo dignifica al hombre y realza su vocación de servicio constructivo.
Imaginar nuevas estructuras y formas para adaptarlas a los cambios que se
avecinan, es nuestra responsabilidad.
La
economía debe tener vocación productiva, capaz de afianzar el trabajo y de
contrarrestar y aniquilar la economía basada en la especulación y la usura. El
hombre bajo ningún concepto debe ser explotado ni por el capitalismo salvaje
–globalización-, ni por el colectivismo de Estado.
La
mejor economía será aquella que se ponga al servicio del hombre, y el capital
al servicio de la economía.
Debemos
romper definitiva e indefectiblemente con el modelo imperial de dominación,
para que en su reemplazo se imponga un modelo político que tenga por fin la
Reconstrucción Nacional. Ayer ya es tarde. De ahora en más, los argentinos nos
debemos la reconstrucción de nuestra Patria, con un Estado organizado y con
políticas públicas planificadas y dirigidas por y desde aquél.
Hay
que forjar una democracia directa, participativa y unicameral que involucre a
todos los sectores de la comunidad, y en donde los puestos se ocupen únicamente
con dirigentes idóneos y representativos. A su vez, el presente histórico hace
impostergable la definitiva supresión de la plutocracia y la falacia de la
democracia liberal, marxista y progresista en que estamos inmersos, sistema
venal en el cual todos dicen ser nuestros representantes, cuando, en verdad,
ninguno de sus personeros se hace cargo de la infelicidad actual del pueblo
para llevarlo a su grandeza, ordenamiento y redención.
Es
hora de pensar una metodología de pensamiento para emprender, con ella, un
ejercicio que contemple las prioridades que nos ocupan como ciudadanos. De este
modo, resulta menesteroso movilizar nuestras ideas, desempolvarlas y ponerlas
al servicio de la comunidad, todo lo cual recreará un bálsamo para el corazón
que nos hará sentir reconfortados de nuestros logros.
A
la cultura de la violencia habrá que oponerle el diálogo franco y constructivo
que promueven las causas justas, que siempre han de dirimirse con franqueza y entre
argentinos. Pero, a su vez, trabajaremos sin cesar para extirpar de nuestra
tierra a los mercaderes del odio sin Patria, ni Bandera.
Debemos
recuperar la pasión y la mística, y dejar de ser simplemente robots o
autómatas.
La
ciencia, la tecnología y la informática son instrumentos que tienen que contribuir
a la felicidad del hombre y a su crecimiento, y no para perfilarse como meras
herramientas que cierran la mente de los ciudadanos, a quienes los alejan de la
comunicación humana para solo estar conectados.
Esta
actitud nos forma como esclavos cibernéticos, cuando el hombre es vida. Vive. Vive
simplemente, vive en libertad, disfrutando de la naturaleza y de sus seres
queridos.
Los
argentinos seríamos ricos, más allá de nuestros recursos materiales, si
fuésemos capaces de poner nuestra inteligencia hacia dentro de nuestros
espacios geográficos; si fuésemos capaces de desarrollar una construcción
arquitectónica del desarrollo armónico, siendo pragmáticos del mundo exterior e
interior que nos circunscribe o nos rodea. Solo así alcanzaríamos el éxito que
cualquier país del mundo tiene.
La
crítica permanente y destructiva; la competencia desleal; el querer ser el
primero siempre, en cualquier ámbito que estemos, aún sin la idoneidad y sin el
conocimiento adecuado; la picardía criolla; el desgano y la molicie; la falta
de humildad; el no escuchar al otro; el sentirnos más de lo que somos; el no
respetar nuestras elementales normas de convivencia; la evasión de la ley; la
coima como instrumento legalizado; la mentira institucionalizada, de abajo
hacia arriba y de arriba hacia abajo; “la ventajita”; el tener razón cuando no
la tenemos; el triunfalismo; y, el ego, son características que deben ser
resueltas en toda sociedad que pretenda un cambio severo y rector.
Esto
también es parte de nuestra cultura nacional, por eso el cambio que pretendemos
debe ser introspectivo, pues también hay cuestiones irresolutas en nosotros
mismos.
La
decadencia impuesta durante tanto tiempo, acentuada que fue en los últimos 50
años en nuestra querida Patria, ha sido y es la consecuencia de una instrucción
y educación que debió estar sustentada en la defensa de nuestras raíces y de
nuestra propia civilización en vez de favorecer a su pauperización.
La
felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria son valores irrenunciables para
los argentinos de bien.
La
destrucción institucional provocada por los agentes y los sectores que se
formaron con Marx, Engels, Hegel, Gramsci, la Escuela de Frankfurt, el Foro de
São Paulo y las distintas internacionales de izquierda, amén de aquellos que
buscaron adoctrinarse en Cuba, China, Yugoslavia y Checoslovaquia para luego
infiltrarse en nuestros organismos, impidieron en conjunto la consolidación de
un movimiento nacional, y mediante la lucha armada sacrificaron a generaciones enteras
que confundieron su destino para convertirse en instrumento de los agoreros de
la muerte y la devastación.
Por
otro lado, estuvieron los que llamaron a las puertas de los cuarteles y se
apañaron en militares oportunistas y trasnochados que, mediante golpes de
Estado, no hicieron otra cosa que responder a los intereses globales. Así,
desde 1955 éstos fueron incapaces de realizar el concepto de la Patria Grande
soñado por San Martín, Belgrano, Rosas, Savio, Mosconi, Perón y otros hombres
ilustres de nuestro Ejército. Por el contrario, aquéllos se dedicaron a
gobernar con el único objetivo de destruir, solapada o abiertamente, a la
doctrina nacional justicialista, olvidándose de gobernar y derrocando a todo
aquel que sí pretendía hacerlo.
Los
extremos se juntan. Ellos comercializan y negocian con la anuencia de los
cipayos de turno que gobiernan y liquidan con sus acciones el amor a la Patria,
la consolidación de una Nación y el fortalecimiento de un Estado, destruyendo
al hombre y cargándose a generaciones de argentinos en inútil holocausto. Y
unos pocos de esos cipayos, son los que mediante todo tipo de dictaduras van
marcando un camino que por lo general es el equivocado.
Nada
en la Argentina de los últimos tiempos ha sido obra de la casualidad.
La
propia Guerra de Malvinas, aún con antecedentes legítimos, fue una guerra
inapropiada, pero de la cual debemos resaltar, a pesar de un pésimo manejo
diplomático, el profesionalismo y el amor a la Patria de nuestros hombres de
las FF.AA.: oficiales, suboficiales y soldados, como así también civiles, que
dieron batalla y dejaron sus vidas como ofrenda en defensa de su tierra.
Malvinas
nos legó Héroes, mientras que los políticos y los intelectuales de la
antipatria se encargaron de negar la historia de la recuperación de las islas
en 1982.
Nuestra
Cultura Nacional hoy necesita predicadores imbuidos de pasión para forjar
nuestro destino común y para no ser instrumento de la ambición de nadie.
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