martes, 21 de julio de 2015

MOV. CIVICO PARA LA CULTURA NACIONAL: CARTA DE PRESENTACION



Movimiento Cívico para la Cultura Nacional


____________________~ Carta de Presentación ~____________________


La formación del individuo es la parte esencial para que los pueblos alcancen su óptima realización, es decir, su equilibrio espiritual y material.

            No hay realización posible si el hombre no inicia el camino con fe, porque el alma es el motor de nuestro corazón que con amor nos acerca a nuestros semejantes, produciendo acciones solidarias y organizadas en beneficio de su propia felicidad para alcanzar su bienestar, el de su familia y el de la comunidad toda.

            La historia es la base para que todo individuo deje de ser un ente primario y pase a convertirse en un ser social. El perfeccionamiento de su intelecto se produce cuando el conocimiento adoptado logra atravesar ciertas pruebas o desafíos con total seguridad, al tiempo que los depositarios de dicho conocimiento continúan produciendo otros acontecimientos que enriquecen y consolidan su crecimiento social mediante la valoración del presente y la construcción del futuro.

            Estos mecanismos que surgen de nuestras diarias inquietudes, son los mismos que dieron paso a la cultura de nuestra comunidad nacional nacida desde los valores cristianos y que, unidos a la sabiduría de los pueblos primitivos, se fueron enriqueciendo con las distintas y sucesivas inmigraciones.

            En nuestra cultura prevalecen valores fundamentales como la fe, la amistad, el amor por la vida, el respeto por la dignidad humana, la libertad, la solidaridad, el interés y el respeto por la justicia, el amor a la tierra, el cariño por la familia, la educación de nuestros hijos y el trabajo, valores todos inspirados en Dios, fuente de toda razón y justicia.

            Autenticidad, creatividad y responsabilidad se suman a la escala de valores que solo pueden ser asumidos por una existencia impregnada de espiritualidad, en plena posesión de una conciencia moral sin la cual el hombre pierde su condición de tal.

            Las distintas etapas de nuestra historia nos fueron dando nuestra identidad, la identidad del criollo, el defensor de su tierra, el que luchó en mil batallas contra la dominación extranjera. Éste no fue otro que el que acuñó sueños de Patria, y quien, en definitiva, con su vida forjó los cimientos necesarios para echar las bases de nuestra independencia.

            Argentina fue, es y será acosado permanentemente por los poderes sinárquicos que aspiran a la conformación y consolidación de un gobierno universal de pensamiento único, ya sea por su mar continental, por la Antártida, por sus riquezas naturales o por sus capacidades intelectuales.

            La defensa de nuestra querida Patria debe darse, sin duda alguna, en la madurez del pueblo argentino, madurez que debe estar sustentada en y por el conocimiento histórico, la conformación de la identidad, la abundancia del saber y el cúmulo de nuestras propias experiencias, instancias que ayudan a afirmar nuestra cultura nacional.

            En un mundo tan controvertido que camina hacia profundos cambios, y en el cual los líderes mundiales todavía carecen de objetividad para la toma de decisiones, hace que la organización de la comunidad deba realizarse en su propio hábitat, buscando soluciones a partir del conocimiento y dando respuestas a sus problemas más elementales para desarrollar la vida en plenitud.

            Necesitamos un proyecto de país, en donde la comunidad nacional participe en un todo, y nos remitimos a las palabras del Santo Padre: “Tenemos que privilegiar el tiempo al espacio, la unidad al conflicto, el todo a la parte y la realidad a la idea”.

            Es indispensable fortalecer la unidad de concepción para la unidad de acción.

            Es el momento de despojarnos de nuestros intereses egoístas y posturas intransigentes que nos fragmenten y dividan. Debemos forjar la Unidad Nacional.

            Para enfrentar la desigualdad, la pobreza, el hambre y la exclusión social, debemos recuperar la cultura del trabajo, el trabajo genuino y no otras formas de esclavitud. Necesitamos un salario real y justo.

            El narcotráfico y la corrupción, caracterizados elementos de destrucción masiva de la mente, el alma y el cuerpo, por un lado; y la lujuria del dinero, que busca de cualquier manera la obtención de plata fácil poniendo en riesgo vidas humanas, instalando el miedo y la inseguridad, por el otro, deben ser correspondidos con la detención, la investigación y la aplicación de la ley.

La justicia debe ser el equilibrio justo para el reordenamiento de la sociedad y la protección física y jurídica de los ciudadanos y las instituciones. Y las penas deben ser de cumplimiento efectivo, sin la intervención de jueces garantistas y sin tolerancias ni justificaciones absurdas o complacientes.

Dentro de la Ley todo, fuera de la Ley nada.

            El trabajo dignifica al hombre y realza su vocación de servicio constructivo. Imaginar nuevas estructuras y formas para adaptarlas a los cambios que se avecinan, es nuestra responsabilidad.

            La economía debe tener vocación productiva, capaz de afianzar el trabajo y de contrarrestar y aniquilar la economía basada en la especulación y la usura. El hombre bajo ningún concepto debe ser explotado ni por el capitalismo salvaje –globalización-, ni por el colectivismo de Estado.

            La mejor economía será aquella que se ponga al servicio del hombre, y el capital al servicio de la economía.

            Debemos romper definitiva e indefectiblemente con el modelo imperial de dominación, para que en su reemplazo se imponga un modelo político que tenga por fin la Reconstrucción Nacional. Ayer ya es tarde. De ahora en más, los argentinos nos debemos la reconstrucción de nuestra Patria, con un Estado organizado y con políticas públicas planificadas y dirigidas por y desde aquél.

            Hay que forjar una democracia directa, participativa y unicameral que involucre a todos los sectores de la comunidad, y en donde los puestos se ocupen únicamente con dirigentes idóneos y representativos. A su vez, el presente histórico hace impostergable la definitiva supresión de la plutocracia y la falacia de la democracia liberal, marxista y progresista en que estamos inmersos, sistema venal en el cual todos dicen ser nuestros representantes, cuando, en verdad, ninguno de sus personeros se hace cargo de la infelicidad actual del pueblo para llevarlo a su grandeza, ordenamiento y redención.

            Es hora de pensar una metodología de pensamiento para emprender, con ella, un ejercicio que contemple las prioridades que nos ocupan como ciudadanos. De este modo, resulta menesteroso movilizar nuestras ideas, desempolvarlas y ponerlas al servicio de la comunidad, todo lo cual recreará un bálsamo para el corazón que nos hará sentir reconfortados de nuestros logros.

            A la cultura de la violencia habrá que oponerle el diálogo franco y constructivo que promueven las causas justas, que siempre han de dirimirse con franqueza y entre argentinos. Pero, a su vez, trabajaremos sin cesar para extirpar de nuestra tierra a los mercaderes del odio sin Patria, ni Bandera.

            Debemos recuperar la pasión y la mística, y dejar de ser simplemente robots o autómatas.

            La ciencia, la tecnología y la informática son instrumentos que tienen que contribuir a la felicidad del hombre y a su crecimiento, y no para perfilarse como meras herramientas que cierran la mente de los ciudadanos, a quienes los alejan de la comunicación humana para solo estar conectados.

            Esta actitud nos forma como esclavos cibernéticos, cuando el hombre es vida. Vive. Vive simplemente, vive en libertad, disfrutando de la naturaleza y de sus seres queridos.

            Los argentinos seríamos ricos, más allá de nuestros recursos materiales, si fuésemos capaces de poner nuestra inteligencia hacia dentro de nuestros espacios geográficos; si fuésemos capaces de desarrollar una construcción arquitectónica del desarrollo armónico, siendo pragmáticos del mundo exterior e interior que nos circunscribe o nos rodea. Solo así alcanzaríamos el éxito que cualquier país del mundo tiene.

            La crítica permanente y destructiva; la competencia desleal; el querer ser el primero siempre, en cualquier ámbito que estemos, aún sin la idoneidad y sin el conocimiento adecuado; la picardía criolla; el desgano y la molicie; la falta de humildad; el no escuchar al otro; el sentirnos más de lo que somos; el no respetar nuestras elementales normas de convivencia; la evasión de la ley; la coima como instrumento legalizado; la mentira institucionalizada, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo; “la ventajita”; el tener razón cuando no la tenemos; el triunfalismo; y, el ego, son características que deben ser resueltas en toda sociedad que pretenda un cambio severo y rector.

            Esto también es parte de nuestra cultura nacional, por eso el cambio que pretendemos debe ser introspectivo, pues también hay cuestiones irresolutas en nosotros mismos.

            La decadencia impuesta durante tanto tiempo, acentuada que fue en los últimos 50 años en nuestra querida Patria, ha sido y es la consecuencia de una instrucción y educación que debió estar sustentada en la defensa de nuestras raíces y de nuestra propia civilización en vez de favorecer a su pauperización.  

            La felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria son valores irrenunciables para los argentinos de bien.

            La destrucción institucional provocada por los agentes y los sectores que se formaron con Marx, Engels, Hegel, Gramsci, la Escuela de Frankfurt, el Foro de São Paulo y las distintas internacionales de izquierda, amén de aquellos que buscaron adoctrinarse en Cuba, China, Yugoslavia y Checoslovaquia para luego infiltrarse en nuestros organismos, impidieron en conjunto la consolidación de un movimiento nacional, y mediante la lucha armada sacrificaron a generaciones enteras que confundieron su destino para convertirse en instrumento de los agoreros de la muerte y la devastación.

            Por otro lado, estuvieron los que llamaron a las puertas de los cuarteles y se apañaron en militares oportunistas y trasnochados que, mediante golpes de Estado, no hicieron otra cosa que responder a los intereses globales. Así, desde 1955 éstos fueron incapaces de realizar el concepto de la Patria Grande soñado por San Martín, Belgrano, Rosas, Savio, Mosconi, Perón y otros hombres ilustres de nuestro Ejército. Por el contrario, aquéllos se dedicaron a gobernar con el único objetivo de destruir, solapada o abiertamente, a la doctrina nacional justicialista, olvidándose de gobernar y derrocando a todo aquel que sí pretendía hacerlo.

            Los extremos se juntan. Ellos comercializan y negocian con la anuencia de los cipayos de turno que gobiernan y liquidan con sus acciones el amor a la Patria, la consolidación de una Nación y el fortalecimiento de un Estado, destruyendo al hombre y cargándose a generaciones de argentinos en inútil holocausto. Y unos pocos de esos cipayos, son los que mediante todo tipo de dictaduras van marcando un camino que por lo general es el equivocado.

            Nada en la Argentina de los últimos tiempos ha sido obra de la casualidad.

            La propia Guerra de Malvinas, aún con antecedentes legítimos, fue una guerra inapropiada, pero de la cual debemos resaltar, a pesar de un pésimo manejo diplomático, el profesionalismo y el amor a la Patria de nuestros hombres de las FF.AA.: oficiales, suboficiales y soldados, como así también civiles, que dieron batalla y dejaron sus vidas como ofrenda en defensa de su tierra.

            Malvinas nos legó Héroes, mientras que los políticos y los intelectuales de la antipatria se encargaron de negar la historia de la recuperación de las islas en 1982.

            Nuestra Cultura Nacional hoy necesita predicadores imbuidos de pasión para forjar nuestro destino común y para no ser instrumento de la ambición de nadie.

            Nuestra responsabilidad consiste en generar los espacios necesarios para la prédica permanente, la amplitud del campo de la lectura y la adquisición de aquellos conocimientos elementales que nos lleven al encuentro de la verdad y a la construcción de aquellos cimientos de la Nación que fundamenten qué somos, cómo somos, por qué somos, cuándo somos y, por último, de dónde somos.

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