En días
recientes, más exactamente el 12 de octubre próximo pasado, y a instancias de
ser reporteado por el periodista Carlos Pagni en el 53º Coloquio de IDEA, el
jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, Marcos Peña, esbozó los siguientes
conceptos al referirse al cambio de figuras históricas por animales autóctonos
en los billetes de papel. Dijo entonces:
“Para mí, una de las cosas chiquitas pero
simbólicas más lindas que hicimos es poner animales en los billetes. Es la
primera vez en la historia argentina que hay seres vivos en nuestra moneda
nacional, y que dejamos la muerte atrás, que esté tranquila y que vivamos
nuestra vida.”
Lo primero que advertí al escuchar esta sentencia, es
el equívoco de Peña cuando afirma que es “la
primera vez en la historia argentina que hay seres vivos en nuestra moneda
nacional”, pues si se refiere a los animales insertos en el papel moneda,
es dable recordar que el billete de $ 20.- (Veinte Pesos) que la administración
de Juan Manuel de Rosas hizo emitir en el año 1841 tenía la imagen de un
caballo criollo en actitud de correría (ver imagen de la nota). En ese mismo
año, también el billete de $ 5.- (Cinco Pesos) dejaba ver un avestruz, y el de
$ 10.- (Diez Pesos), una oveja.
Marcos Peña olvida también que en la
serie de billetes de 1844, también bajo el rosismo, el papel moneda de $ 5.-
(Cinco Pesos) tenía dos avestruces, el de $ 10.- (Diez Pesos), un rebaño de
ovejas y el de veinte dos parejas de caballos al trote. Siempre bajo el
gobierno de la Federación, en 1845 y 1848 los billetes de $ 50.- (Cincuenta
Pesos) mostraban, por primera vez, la imagen de una vaca.
Quizás el jefe de Gabinete de
Mauricio Macri omita recordar, incluso, la ilustración que llevaban los
billetes promediando la década de 1860, donde el modelo agroexportador en boga
no hacía exaltar, sino, a las vacas, colocándolas en el centro de los mismos.
Es que, como afirma Carolina
Menéndez Trucco[1], “el dinero está vinculado al comercio. Como
superficie iconográfica, es un medio de comunicación. De allí su inevitable
condición de transmisor de los ideales del momento”. Por eso, consolidada
la etapa de la Organización Nacional hacia el 1880, los billetes comenzaron a
circular con la efigie de Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Urquiza, Mitre y,
lentamente, José de San Martín y Manuel Belgrano. Estos dos últimos recién
tendrán presencia en el papel moneda a partir del Centenario del país, una vez
que Bartolomé Mitre los encumbró con sendas biografías.
Es muy posible encontrar en el
actual gobierno de Macri una ahistoricidad manifiesta, en donde el pasado es
pensado, más que como algo aleccionador, como un estorbo que impide el
desarrollo futuro nacional. Sin embargo, y aquí es donde recibiré las críticas
de mis colegas revisionistas, tampoco se puede justificar que la quita de los
próceres o personalidades de nuestra historia por especies faunísticas en los
billetes implique, sí o sí, un hecho aberrante o de lesa patria.
Porque si vamos a ser ecuánimes,
Carlos Saúl Menem sería merecedor de todos nuestros respetos y admiración por
incluir, por primera vez en la historia, la efigie del Restaurador Rosas en un
billete argentino.[2] O
sino, yéndome a las monedas –la otra plataforma de valor-, quienes admiramos la
visión geopolítica y estratégica de Julio Argentino Roca deberíamos agradecerle
al general Jorge Rafael Videla por haberlo incluido –y homenajeado- al acuñar
monedas en 1979 por los 100 años de la Campaña al Desierto emprendida por el
tucumano.
Además, me parece una vileza en
estos tiempos de pillaje, ramplonería y corrupción desaforada el medir el
patriotismo de tal o cual administración por las figuras que imponen en sus
billetes. No hay moral en el papel moneda. Lázaro Báez tiene 470.000 hectáreas,
y se ubica como el tercer terrateniente más grande de la Argentina[3],
rapiñando decenas de miles de billetes de $ 20.-, con la figura ilustre de
Rosas, a los que cambió por dólares y euros, y, finalmente, previo pesaje, o
puso en cuentas off shore en el exterior o se dedicó a gastarlos para la
adquisición de algunas de las 25 estancias que poseía en la Provincia de Santa
Cruz. Eso se hizo cuando el billete de Rosas estaba en danza, al igual que con el
que tiene a aquellas figuras rescatadas por el liberalismo vernáculo. ¿Y si nos
acordáramos de las estafas que con ese y otros billetes se hicieron desde 1992,
en plena jerga menemista? El billete o papel moneda no tiene moral, esté quien
esté.
En todo caso, declaremos, entonces,
como “traidores a la patria” a todas aquellas administraciones que osaron
quitar la figura de la República (casi siempre representada por una mujer) de
los billetes. Largo sería ese tal listado si, con ojos de numismáticos, indagáramos
un poco en las numerosas modificaciones que han sufrido nuestros papeles de
intercambio.
No hay un retroceso en la historia
con la quita de los próceres en esos papeles que sirvieron para estafar al
pueblo de la patria, para pagar una venganza, erigir una obra o para ir al
kiosco a adquirir preservativos. Porque la historia pasa por otras
valoraciones, más dignas, menos manoseables. Y también me recuesto en la visión
de Vicente Leónidas Sierra, enjundioso historiador para quien la historia no debía
quedarse en letra muerta sino en algo más vivencial. La historia tiene que ser
una actuación presente, debe quedar reflejada en nuestros actos diarios, advertía,
con palabras más o menos cercanas, el nombrado Sierra. Que yo sepa, nadie ha
vuelto a imitar a Rosas, así permanezca o no en un billete.
Por último, la imposición de
especies animales en nuestro dinero actual refleja, precisamente, el período
que vivimos: el de una mayor concientización de la naturaleza, el del aumento
del cuidado de los animales y hasta de nuestras mascotas. ¿Es esto correcto? No
entra en este análisis si está mal o está bien, pero si existe la seguridad de
que el billete es un exacto “transmisor
de los ideales del momento”, como daba en afirmar Menéndez Trucco en 2008.
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