miércoles, 29 de junio de 2016

INDUSTRIA Y DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: FINAL ANUNCIADO DEL FUTBOL CRIOLLO



La nota que sigue la redacté el 16 de julio de 2014, a pocos días del estrepitoso fracaso de la Selección Argentina de fútbol que perdió la final con Alemania en el Mundial Brasil 2014. Entonces, como ahora, ratifico lo aquí expuesto, en la seguridad de que la decadencia infame del fútbol local, promovida por la corrupción política, está en su peor etapa deportiva de la historia. Punto y aparte.

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INDUSTRIA Y DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: FINAL ANUNCIADO DEL FUTBOL CRIOLLO

En un olvidado y extenso reportaje de cien preguntas que le hicieron al doctor Carlos Salvador Bilardo para la revista El Gráfico el 13 de junio de 1995, éste ya auspiciaba la supremacía de los multimedios por sobre la destreza y la naturaleza del fútbol. Aquella vez, ante la pregunta de si la televisión controlaba al nombrado deporte, Bilardo dijo: “En-el-mundo, ¿eh? Yo lo veía venir desde hace muchos años: estadios para no más de 45.000 personas y el resto por televisión”. ¿Cuántos le prestaron (prestamos) atención a lo que decía el ex director técnico campeón en México 1986? Sin embargo, no fue el primero en observar el predominio de la tecnología por sobre la natural prestancia del jugador.
  
En Fútbol, dinámica de lo impensado (1967), el maestro Dante Panzeri ya hablaba –y se anticipaba- sobre la decadencia actual que habría de padecer el fútbol argentino con la llegada de los “ídolos inventados” por los medios publicitarios, los cuales iban dejando a un costado a aquellos ídolos natos que no eran parte de la nefasta “industrialización del espectáculo” deportivo, que, justamente, le hacía perder al fútbol este último carácter.   

Promediando los años 60 del siglo XX, Panzeri aborrecía del nuevo y decadente fenómeno que asomaba en el fútbol de nuestro país, en el que los medios de comunicación y publicitarios (televisión, radio, Internet, redes sociales, etc.) iban estructurando a un nuevo “jugador egoísta-angustiado” en detrimento del antiguo “jugador altruista-despreocupado” que salía a la cancha a hacer delicias con la pelota. De este modo –sostenía-, desaparece la esencia del fútbol para dar paso a jugadores cada vez más estructurados, limitados en sus funciones específicas y configurados, por ende, para satisfacer los gustos multimillonarios e insaciables de las firmas multinacionales que ahora, en la fiebre del negocio deportivo, van a porcentaje en la venta de tal o cual deportista. Messi, por ejemplo, tiene aseguradas sus piernas por cifras millonarias…¡y guay de ir a trabar fuerte una pelota en un partido de fútbol!  

“REVOLUCION INDUSTRIAL” DEL FUTBOL   

Panzeri da en la tecla al sostener que en el fútbol criollo “La sustitución de lo improvisado” se debe a “la obediencia sistematizada y tediosa de lo previsto con sentido de “productividad” que no arroja una mejor producción de espectáculo, ni efectividad futbolística”. Pregunta sin ánimo de ofensa: ¿No ha sido Lionel Messi, por ejemplo, un típico caso de “jugador angustiado” por la inmensa presión de las firmas multinacionales que lo usaron como su vedette? Ya hablaremos sobre el rosarino más adelante. Por ahora, van pequeñas preguntas retóricas en base a un excelente libro de 1967 que tiene pasmosa actualidad.    

Otra arma mortífera para el “fútbol atorrante”, que marcó los mejores años de nuestro fútbol entre 1930 y 1950, y del cual bebieron los Maradona allá en los potreros más lodosos del sur del Gran Buenos Aires, ha sido –dicho en palabras del maestro Dante Panzeri- “el desmesurado dinero en juego”. ¿Cabe alguna duda al respecto?    

Un abultado contrato que ligaba a Juan Sebastián Verón con el club inglés Manchester United, le ocasionó defeccionar durante el Mundial de Fútbol 2002 disputado en Corea del Sur-Japón. Ante la amenaza de su desafectación en el Manchester, y debido al “desmesurado dinero en juego”, Verón optó por asegurarse la renovación de su contrato con el club inglés al arrojar, durante el partido Argentina-Inglaterra jugado en ese Mundial, varias pelotas fuera del campo de juego al dar pases a donde no había ningún colega nacional. Por esta distorsión que ocasionó la “industrialización del juego”, es que el pueblo argentino ha tildado para siempre a Verón de traidor. El dinero reemplazó al talento, al jugador que en sus orígenes fue desprejuiciado y desfachatado, vivaz. A todo esto se anticipaban las páginas vaticinadoras de Dante Panzeri.  

Hay términos que se repiten en cualquier esfera de la humanidad. En este caso, la “Revolución Industrial” del fútbol significó su ocaso como deporte. El monstruo mediático y científico aplicado al “futbol atorrante”, terminó por destruir lo bello de esa actividad, pues deshumanizó al jugador, al tiempo que metodizó lo que ayer era espontáneo. El potrero –escuela de las máximas figuras de nuestro otrora glorioso fútbol argentino- dejó paso al club y los controles, a los cotos cerrados, al no contacto con el medio ambiente. Y mientras salía la naturaleza del ámbito, ahora entraban –para quedarse- las marcas, la tecnología y los negocios.   

Panzeri veía ya la locura colectiva gestada alrededor de los nuevos jugadores-estrella, los cuales pasaron a ser meros ejecutores de lo que las marcas que los auspiciaban les mandaban realizar. Un fútbol profesionalizado, deshumanizado, “no puede seducir (…) carece de alegría. El fútbol ha matado su alegría para dar paso a la afirmación de su “seriedad” e importancia comercial”. Esto que sigue, puede que lo haya vivido Messi durante todo el Mundial 2014, al no poder sostener la presión que sobre él ejercían las firmas que lo anunciaban en las publicidades: “No puede sonreír quien está angustiado; no puede hacer sonreír a otros quien no está en estado de ánimo de sonreír, puesto que lo absorbe la angustia de lo serio que está jugando, valga la contradicción tan propia del fútbol en su actualizada manera de jugarse”.   

DIVISION INTERNACIONAL DEL TRABAJO: LOGICA IMPERIALISTA DEL FUTBOL  

La siguiente analogía entre nuestro actual fútbol argentino y la División Internacional del Trabajo impuesto en la Argentina, por Inglaterra, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, tiene mucho de verdad y de tragedia.   

Hay que manifestarlo con extrema contundencia: el fútbol criollo ha sido colonizado por un esquema histórico de imperialismo foráneo y entregadores internos. Al producirse en la historia la primera y más famosa “Revolución Industrial” de la mano de Inglaterra (1770-1830), con la invención de la máquina a vapor, aquella nación empezó a idear un esquema universal en el cual subsistirían a posteriori, en desiguales condiciones de existencia, países ricos (industrializados) y países pobres o subdesarrollados (proveedores de materias primas).   

Los primeros (países ricos), con su nueva mecanización, lograron una productividad excesiva que los impulsó a colocar sus bienes manufacturados y sus capitales en aquellos mercados mundiales conocidos e inhóspitos. Inglaterra, la gran beneficiada en todo este proceso financiero-industrial expansionista, quiso imponer por la fuerza de las armas estos principios en nuestro país en 1806 y 1807 (Invasiones Inglesas), las cuales fueron rechazadas por el criollo alzado en armas y por regimientos tanto españoles como argentinos. 
  
Sin inmiscuirnos en el detalle cronológico de nuestro devenir, sí es preciso observar que, una vez derrotado Juan Manuel de Rosas en 1852, la Argentina hizo su humillante entrada triunfal al esquema de la División Internacional del Trabajo, eufemismo poco hiriente a través del cual se intentó ocultar esta arbitraria separación de países ricos y países pobres. Políticos autóctonos sesudamente adoctrinados y educados en Inglaterra, o bajo sus rígidos principios expoliadores, asumieron los cargos más importantes para entronizar a la Argentina hacia su fatalidad.
   
Los centros de poder mundial, entonces, se vieron en una inmejorable situación para poder extraer nuestras materias primas a muy bajo costo, abultando las ganancias de la oligarquía local y llevándose para Inglaterra –principalmente- esos bienes que luego, en un cerrar y abrir de ojos, nos lo vendían ya manufacturados o elaborados a un precio muy superior al que se fueron en primera instancia. Para ello, los británicos habían puesto sus capitales sobrantes para crear la red ferroviaria que surcaría todo el territorio argentino, red que, vista desde los aires, tenía una insospechada figura de abanico cuyo vértice se centraba en el puerto de Buenos Aires, donde las materias primas cargadas salían, con suma rapidez, hacia la Inglaterra industrializada, que siempre estaba ávida y deseosa de seguir poniendo en funcionamiento su maquinaria con el incalculable y barato aporte de nuestros suelos y bienes virginales.  
 
Aunque la mayoría no lo había advertido, algunos pensadores sí sabían de qué se trataba todo ese sistemático saqueo de nuestras riquezas. Raúl Scalabrini Ortiz, preclaro pensador de lo nacional, todavía andaba denunciando, el 22 de mayo de 1935, “la entrega de los ferrocarriles del estado al capital inglés (cuando) Se preparaba la compra del Ferrocarril Central Córdoba para el Estado para luego maniobrarlo a favor del capital británico”.[1] 
 
Sobrevino el peronismo, y allí se puso coto al saqueo, mas no a las naturales y lógicas relaciones económicas y financieras entre Argentina e Inglaterra, aunque ahora celebradas con dignidad y respeto. Pero logrado el golpe de Estado de 1955, nunca más hubo de recuperarse la nación y hoy, ya con nuevos actores mundiales, tal División Internacional del Trabajo prosigue su derrotero dentro de la tecnocracia vigente.   

En el fútbol local, tal esquema también existe. Mientras que en el pasado –orígenes de nuestro fútbol profesional- las figuras nacían y morían deportivamente hablando en el país, hoy en día los clubes de fútbol europeos, reconvertidos en megaempresas del deporte, compran a los futuros cracks antes de que desarrollen su físico, a edades que pueden ir desde los 10 o los 13 años de edad.   

La “industrialización del juego”, que hoy se practica a la misma velocidad que la tecnología virtual, arranca de las inferiores de los clubes criollos a los retoños que todavía no han desarrollado para sí una personalidad de cuño argentino. Lionel Messi, para ilustrar el ejemplo, me parece lo más acertado en este punto: a los 13 años de edad, ya se había convertido en un producto del fútbol, al ser comprado por el Barcelona de España, quien le pagó un tratamiento para el crecimiento corporal y le dio una formación digna del jugador envuelto, más que en prácticas libres y sin ataduras, en el insulso mundo de las ganancias, las estadísticas y los valores bursátiles (pues, el F. C. Barcelona cotiza en la Bolsa de Valores).
   
Después: Messi es apenas el ejemplo que más a mano tenemos para ejemplificar esta aberración del fútbol moderno, pero hay muchos otros más que no han enraizado en su tierra, y que sí, en cambio, porque fueron vendidos a bajo precio –cual materia prima- a clubes extranjeros, ahora éstos los viven con la sola finalidad de incrementar el patrimonio empresarial de los equipos más afamados de Europa.   

Esa materia prima (jugador en edad de niño, virgen) pasa toda su mejor etapa deportiva en suelo extraño, período en el que gasta sus máximas energías triunfando y levantando copas que no aportan en nada a nuestro fútbol local. Y una vez que ya empieza a envejecer; una vez que empieza a recibir los primeros silbidos; una vez que empieza a notar que no puede correr ni hacer goles como antes, entonces sí: lo repatrían, inservible como está, hasta confinarlo o en el club de sus amores (en donde es un auténtico desconocido, porque fue arrancado desde chico del país de origen) o en algún club que nadie conoce y que se ilusiona con tener a la “figura” de casi treinta y pico de años y que tiene sus piernas rotas y la cadera al borde del quebranto.   

Es decir, que la vuelta de ese jugador que no conoce su país –y al cual, desde lo futbolístico, poco y nada le aportó-, se parece a esos recursos naturales de país subdesarrollado que, explotados por alguna insensible y contaminante empresa multinacional, cuando ya no reportan ganancia o rédito alguno, son abandonadas por la empresa que deja la zona desértica e inútil para siempre. Verbigracia: La Forestal inglesa en amplias zonas de Santa Fe, Santiago del Estero y el Chaco, entre 1910 y 1945.
   
¿Por qué, entonces, si teníamos tantos “fenómenos” en la Selección Nacional que fue a disputar el Mundial Brasil 2014, la gente se disgustó con el director técnico Sabella porque no puso a un Carlos Tévez entre los 22 convocados? Muy fácil: porque Tévez, fogueado y con varios años encima en el fútbol local, ha demostrado ser un jugador guapo, valiente, encarador, servicial y divertido, características estas que hoy no tiene el “jugador egoísta-angustiado” del fútbol industrializado, que en vez de tener hambre de gloria y ganas de redimir a un pueblo sufriente, se la pasa calculando su futuro en euros.   

Vuelvo a Dante Panzeri, para quien el final del potrero –donde Tévez la descoció, allá en los parajes abandonados de Fuerte Apache- marcó, para siempre, el final del fútbol criollo a manos de otro hiperindustrializado, cargado de figurones y miedosos preocupados en perder las piernas y los contratos. De continuar así, jamás nos quitaremos el cáncer de la División Internacional del Trabajo en nuestro fútbol. Y veremos, plácidamente, como siguen corriendo los años y cómo, cada vez con mayor nostalgia, nos acordaremos de los golazos criollos de Diego Armando Maradona en México ’86.    


Por Gabriel O. Turone

[1] Bares, Enrique. “Scalabrini Ortiz. El hombre que estuvo solo”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1961, páginas 27 y 28.

sábado, 11 de junio de 2016

EL ASESINATO DE ARAMBURU, UNA DISPUTA INTERNA DEL EJERCITO



Se cumplirá el próximo 29 de mayo, el 46º aniversario del secuestro y asesinato del teniente general Pedro Eugenio Aramburu, precisamente un Día del Ejército.

Pasados los años, no pocos confundidos y peor informados siguen saludando el episodio como si, de verdad, se tratara de un ‘vuelto’ que el peronismo realizó contra uno de sus verdugos, saliendo a rememorar y publicar por cuanto foro o red social de Internet exista los famosos Comunicados de la Organización Montoneros de aquellos días, o bien propalando el relato fantástico –por lo inverosímil- que desde las páginas de La Causa Peronista, del 3 de septiembre de 1974, hicieron los subversivos explicando su supuesta hazaña.

            Hoy en día existen innumerables pruebas (documentos, archivos, etc.) que dan por cierto que el secuestro y posterior muerte de Pedro Eugenio Aramburu fue obra de civiles y militares que estuvieron relacionados al gobierno del general Juan Carlos Onganía (1966-1970). Vemos en las páginas de la obra Aramburu: el Crimen Imperfecto (de Eugenio Méndez, Sudamericana-Planeta, 1987), que el propio padre de Firmenich, el ingeniero Víctor Firmenich, al ser reporteado por la revista Gente el 23 de julio de 1970, en un pasaje de la entrevista puso en dudas si su hijo Mario Eduardo Firmenich actuaba solo o mandado por alguien:

            “- Mire, yo no sé qué es lo que pasó. No sé si tuvo algo que ver, en todo caso es posible que sea el instrumento de alguien, pero nunca la parte principal.
-          ¿Instrumento de quién?
-          No sé, pero alguien está manejando todo esto. Eso es seguro.”

Y la publicación Periscopio, Nº 45, del 28 de julio de 1970, hacía lo propio al poner en dudas la autónoma actuación del grupo que se hacía llamar solamente Montoneros, al referir lo que sigue:

            “Con todo, las lagunas y las curiosidades no enjuagadas quizás se diluyen –si cabe- apenas volvemos a la máxima pregunta, que obsesiona al país entero: ‘¿Qué hay detrás del Caso Aramburu?’ La policía dirige hacia allí sus afanes; una vez que resuelva este enigma central, una vez despejado el qué, le será fácil conocer el por qué y los quiénes. Sin duda, la masacre del ex gobernante respondió a una conspiración política más vasta, más ominosa, más execrable que los devaneos ideológicos y criminales de un grupo de muchachos. Una Comisión Investigadora con facultades extraordinarias sería de enorme ayuda.”

‘AZULES’ Y ‘COLORADOS’

En todo este nauseabundo lodazal, se filtraba la antigua disputa de los sectores ‘Azules’ y ‘Colorados’ del Ejército Argentino, interna que debe su origen al derrocamiento del gobierno constitucional del teniente general Juan Domingo Perón en septiembre de 1955.

Como no era tarea fácil hacer olvidar al pueblo todas las realizaciones o conquistas sociales efectuadas por el peronismo saliente, lo que conllevaba a creer que éste ya era parte indisoluble de la memoria y alma colectiva, las FF.AA., en general, y el Ejército, en particular, se vieron en la disyuntiva de hacer algo al respecto. Así, dentro del Ejército afloraron dos tendencias: una ‘Azul’, representada por militares que no querían el regreso de Perón pero sí, en cambio, preservar sus conquistas sociales para tener apoyo popular; y, del otro lado, una tendencia ‘Colorada’ que deseaba, sin más, el exterminio de toda reminiscencia peronista. Este último sector también se componía de una mayoría de integrantes provenientes de la Armada Argentina.

Los golpistas ponen el 23 de septiembre de 1955 en la Casa de Gobierno a un ‘Azul’: el general Eduardo Lonardi, hombre de extracción nacionalista católica y amigo de la juventud de Juan Domingo Perón.[1] En noviembre del mismo año, y no conformes con lo que consideraban era un gobernante débil –porque era ‘Azul’-, los “Libertadores” desplazan a Lonardi y en su lugar ponen a un ‘Colorado’, el teniente general Pedro Eugenio Aramburu, quien fue secundado por el almirante Isaac Francisco Rojas[2], recalcitrante antiperonista y ‘Colorado’ como aquél.

A partir de la instauración del ala más dura de la llamada “Revolución Libertadora”, el sector ‘Colorado’ del Ejército va a expandir su influencia hasta el año 1958, que es cuando se produce la apertura democrática y el triunfo electoral del Dr. Arturo Frondizi. De todas maneras, los dos gobernantes surgidos por el voto popular entre 1958 y 1963 (Frondizi e Illia) van a estar marcados muy de cerca por los hombres de las fuerzas armadas, siempre atentos al peligro que para ellos implicaba el regreso o la creciente influencia del peronismo proscripto. Y como otra instancia, dentro de esa marcación se seguían enfrentando los ‘Azules’ y los ‘Colorados’ por ver quién tenía y ejercía el control militar del país.       

La puja interna del Ejército se mantuvo inalterable. Algunas veces, hasta se llegó a la producción de algunos amotinamientos o alzamientos armados, uno de los cuales tuvo lugar en el barrio porteño de Parque Chacabuco, en donde aviones y cañones antiaéreos se disputaron la supremacía castrense. Allí hubo una cifra no oficializada de muertos y heridos, y un buen número de compañías enteras de regimientos movilizadas para semejante lucha fratricida.

LOS MUCHACHOS DE ONGANIA

Mediante otro golpe de Estado llevado a cabo el 29 de junio de 1966, se hace con el poder el general Juan Carlos Onganía, de extracción ‘Azul’. Es interesante advertir que, pese a lo que comúnmente se niega, Onganía sí mantuvo contactos secretos con gente cercana a Perón, y hasta coqueteó con dirigentes sindicales que, como el emblemático ejemplo de Augusto Timoteo Vandor, le ofrecieron a Onganía alguna estabilidad a su gobierno de Facto. Vandor, de hecho, estuvo presente en la asunción de Onganía en la Casa de Gobierno.[3] Cuando para 1969 asesinan a Vandor en la sede porteña de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), Perón ya lo había perdonado de su defección tras cuatro  reuniones privadas que ambos mantuvieron en Irún, “un pueblito vasco, bordeado por el río Bidasoa, que hace de frontera entre España y Francia”, explica Juan Bautista Yofre en La trama de Madrid. Héctor Vilallón ofició entre ambos para concretar dichos encuentros.

            El sueño de Onganía era el de perpetuarse lo más posible en el poder (unos 20 años), para dejar instaurados los principios de lo que él llamaba la “Revolución Argentina”. Es decir, que si asumió mediante un golpe institucional en 1966, esa “revolución” debía durar hasta por lo menos el año 1986. Fue entonces, que Onganía se dispuso tener apoyo gremial y socavar cualquier intento que le dispute su permanencia en el gobierno supremo de la Nación, por lo que tuvo que lidiar contra las aspiraciones de los militares ‘Colorados’ del Ejército y contra los civiles que tenían la intención de reagrupar sus partidos políticos para llamar a elecciones democráticas.

            Sin embargo, algo inesperado va a surgir en la arena política argentina, como ser el surgimiento de Pedro Eugenio Aramburu con un partido cuyas siglas fueron UDELPA (Unión del Pueblo Argentino), que comenzó a nuclear, a inicios de los años 60, a vastos sectores de clase media, los cuales se habían mantenido apáticos frente a los acontecimientos políticos vernáculos. Teniendo en cuenta, pues, que el sueño de Onganía era permanecer dos décadas en el poder, UDELPA y su mentor, Aramburu, se erigían como un verdadero peligro para tales aspiraciones.[4] 

            La ligazón entre el grupo fundador de Montoneros y el gobierno del general Juan Carlos Onganía viene dada por el origen ideológico del primero. En su composición, los hermanos Abal Medina, Firmenich, Crocco, Capuano Martínez, Sabino Navarro y Ramus eran nacionalistas católicos post-conciliares, de padres antiperonistas. Varios de los nombrados habían sido alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires, conocido reducto de izquierdistas bien, preferentemente de clase media y media-alta.

Del lado gubernamental, Onganía habíamos dicho que era de la extracción ‘Azul’ del Ejército (por lo tanto, antiperonista moderado), nacionalista católico y tenía por confesor a un jesuita, el padre Mariano Castex, acérrimo opositor a Perón.[5] Este Castex, a su vez, era amigo de Diego Muniz Barreto, asesor del general Onganía y colaborador del coronel Luis César Perlinger.

Sobre estos dos personajes nombrados –Muniz Barreto y Perlinger-, hay mucha tela para cortar. En primer término, Muniz Barreto tenía una reconocida filiación ideológica rosista y filonazi, y fue encargado por el propio Onganía para que dialogue con dirigentes sindicales y con militantes de la llamada “izquierda nacional”, que tantos dolores de cabeza le ha traído al peronismo. Había actuado en 1955 como ‘comando civil’ en contra de Juan Domingo Perón, al punto de adjudicársele a él la voladura del “edificio del Consejo Superior Peronista con gelinita traída especialmente de Uruguay en su pequeña embarcación aquel trágico 16 de junio de 1955”.[6] Entre 1970 y 1971, cuando Mario Eduardo Firmenich estaba como jefe máximo del poder de Montoneros, Muniz Barreto afianzaría sus lazos con él. El 11 de marzo de 1973, Diego Muniz Barreto salió electo diputado nacional por el FREJULI en momentos en que militaba para Montoneros. Moriría asesinado en 1977.[7] El coronel Perlinger también ungió como asesor del general Onganía. Cuando Cámpora fue electo Presidente de la Nación, Perlinger colaboraba entonces con la subversión, y en 1976 fue detenido por las autoridades del Proceso de Reorganización Nacional, quedando en libertad en 1981.

            Otro nexo entre los guerrilleros y el gobierno militar lo hallamos en Hugo Miori Pereyra, amigo personal del Ministro del Interior de Onganía, general Francisco Antonio Imaz. Este Miori Pereyra está sindicado como el planificador del secuestro de Aramburu en mayo de 1970. Por otro lado tenemos al general Francisco Imaz[8], quien fuera amigo personal del empresario Antonio Romano, encargado de pagarle a los delincuentes subversivos para secuestrar y ‘darle un susto’ a Aramburu, todo con el fin de bajarlo de una puja electoral que le habría impedido continuar con la “Revolución Argentina” a Onganía.

            El empresario y estanciero Romano, a todo esto, incumpliría con una parte del pago prometido a la agrupación Montoneros, dado que la idea era ‘darle un susto’ a Aramburu y no que se les muriera de un paro cardíaco, que fue lo que en verdad aconteció. Como parte del dinero que Romano le pagó a los subversivos, se encuentra el autómovil Renault 4L que compró la desempleada Norma Arrostito el 26 de mayo de 1970 por la suma de $ 6550.- a la concesionaria Bosch Automotores.[9] Su hermana Nélida Arrostito, y el esposo de ésta, Carlos Maguid, “muchas veces se preguntaban de dónde había sacado Norma el dinero”, siendo que ella había abandonado en marzo de ese mismo 1970 el empleo de maestra que ejercía en el colegio “Arco Iris”, cito en Uriburu 1030, Buenos Aires.

            En total, Onganía habría de encargarle a su amigo Antonio Romano el pago de $ 20.000.000 por ‘asustar’ a Aramburu, el cual se realizaría en dos partes: un adelanto o anticipo de $ 5 millones, y restantes 15 millones que, luego del asesinato de Aramburu, reclamaban los subversivos. Para cobrar la última cifra, “El 7 de setiembre de 1970 Fernando (Abal Medina) y su grupo tenían una cita muy importante en la pizzería “La Rueda”, ubicada en la esquina de Potosí y Moctezuma de William Morris (…) A una cuadra de la pizzería está la estación del tren y a diez la Comisaría 4ª de Hurlingham, que depende de la Regional Morón. Allí Fernando, como jefe del grupo, tenía que encontrarse con El Pagador, quien le daría el saldo del dinero que habían acordado por el “trabajo” con Aramburu…”, narra Méndez en Aramburu: el Crimen Imperfecto.

            No es cuestión de describir puntillosamente lo sucedido aquella noche cerril, en donde, tras ser delatados, son emboscados y acribillados a balazos Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus. Por estos hechos, y obnubilados por el engaño de un relato que, como se ha dicho, era fantástico, la Organización Montoneros declararía el 7 de septiembre como “Día del Montonero”.[10]

Al sentirse defraudados por quienes los utilizaron para ‘operar’ contra Aramburu, los sobrevivientes del grupo fundacional de Montoneros clamaría venganza por la muerte de Abal Medina y Ramus en William Morris, por eso designarían, tras un sorteo, a Norberto Rodolfo Crocco para que ultime a balazos al empresario Antonio Romano en su Estancia “Mar Chiquita”, ubicada a un costado de la Ruta 2, a pocos kilómetros de la laguna de Mar Chiquita, Provincia de Buenos Aires. Este hecho acontece el 20 de enero de 1970. Una vez que Crocco le pega dos tiros a Romano en el hall de su casco de estancia con un revólver 11.25 que llevaba silenciador, el subversivo criminal había pactado con los de su calaña que procedería a suicidarse. Y así lo hizo: ante la presencia de dos de los hijos del estanciero y empresario Romano, Crocco “murmura un rezo, se persigna, y se dispara un tiro en la sien”.

Este episodio fue conocido por la prensa de su tiempo como “La Tragedia de Mar Chiquita”, el cual puso en el tapete nuevas pistas sobre el Caso Aramburu y las oscuras relaciones entre Montoneros y Onganía. Para desviar la atención, la hermana de Crocco hizo declaraciones al diario La Razón, entre el 26 y el 31 de enero de 1971, afirmando que “Romano era contrabandista. Mi hermano se dedicaba a la compra y venta de tierras y ganado, y realizó una importante operación con Romano, una operación por muchos millones de pesos, suma que desde hacía mucho tiempo mi hermano procuraba cobrar. Pero Romano se iba en promesas”, y remata diciendo (mintiendo): “Mi hermano era un hombre tan derecho que al no poder regresar a nuestra casa con las manos llenas de sangre, y por respeto a sus padres y demás familiares, optó por suicidarse”.   

            Otra muerte sumida en el misterio, fue la de Carlos Capuano Martínez, otro delincuente subversivo que ‘jugaba’ para el onganiato. Fue emboscado con más sigilo que los infelices de William Morris, en la pizzería “Santa Lucía” del barrio de Barracas, el mediodía del 16 de agosto de 1972. A todo esto, Mario Eduardo Firmenich, curiosamente ileso de cuanta trampa o emboscada le fuera realizada al núcleo fundacional de Montoneros, a la muerte de Capuano Martínez asumió como jefe máximo de la agrupación, investidura que nunca más abandonaría.

Las crónicas y las investigaciones que surgieron tras el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, pusieron en evidencia que “Mario Firmenich (…) visitó el Ministerio del Interior de Imaz veintidós veces entre abril y mayo del 70, es decir, en el mes y medio previo al secuestro”[11], quedando el registro de esas entradas en las planillas de mesa de entrada.[12]

LA VERSION PERONISTA DEL CRIMEN

El justicialismo, y con él su conductor, don Juan Domingo Perón, desconocían hasta entonces a estos jóvenes delincuentes que, optando por la agudización del enfrentamiento entre argentinos, actuaron bajo el denominativo Montoneros y a título de un gobierno militar de facto.

            Interesa aquí el testimonio de Héctor Sandler, militante de UDELPA en ese fatídico 1970, el cual expresó en un reportaje que le hicieron en México el 31 de mayo de 1984: “Veníamos trabajando con Aramburu sobre la base de la recomposición del país a partir de nuestra alianza con el peronismo”.[13] De haberse oficializado una lista con candidatos propios del partido de Aramburu en ese año de 1970, Sandler estaba previsto que vaya como Ministro de Economía de la Nación.

Ocurrido el asesinato de Aramburu, el peronismo condenó a los subversivos a sueldo, encontrándose la prueba irrefutable de tal posición en la carta fechada en Buenos Aires el 3 de junio de 1970. Era una misiva de 3 carillas de extensión que Jorge Daniel Paladino, a la sazón Delegado del Comando Superior Peronista, le envía a Juan Domingo Perón con referencia al rapto de Aramburu. Allí, expresa:

“Hasta el momento no se sabe si Aramburu está vivo o está muerto. Lo que sí parece claro es que el secuestro ha sido obra de elementos organizados adictos al gobierno [de Onganía]. (…) El gobierno está dando espectáculo con miles de hombres en “la gran cacería”, helicópteros y aviones, como en las películas. Pero todo el mundo sospecha que se trata de un gran “camelo”.-

“En los “comunicados” de los secuestradores se advierten dos cosas: una, que no atacan ni al gobierno ni a la situación del país. Dos, que sugieren que son peronistas. Es decir, tratan de echarnos la culpa a nosotros. Pero todo ha sido tan burdo que en este aspecto han fracasado. Ni las masas se han dejado engañar, generalizándose la creencia general que la mano del gobierno está en esto, ni los “gorilas” se han confundido. (…) Descartan cualquier participación peronista en el hecho…”

Este importantísimo documento, lo aporta Juan Bautista Yofre en su reciente Puerta de Hierro (Sudamericana, 2015, página 433). Una página atrás, y tomado de la biografía que sobre Pedro Eugenio Aramburu hicieron Rodlfo Pandolfi y Rosendo María Fraga –este último, reconocido antiperonista mediático-, dice que “El 30 de mayo (de 1970), Perón opinó de manera indirecta, asegurando que el hecho (el secuestro) era contrario al espíritu del peronismo y dejando entender que los autores no eran justicialistas”.

¿Quedan dudas sobre el origen turbio y criminal de los Montoneros, que no eran, sino, hijos del onganiato y contrarios a los principios cristianos y humanos de la doctrina del Movimiento Nacional Peronista? Por eso, ante la cercanía de un nuevo aniversario de la desaparición y muerte de Aramburu, recuerde, que, más que una “hazaña”, el acontecimiento se trató de un ardid perfectamente planificado desde el extranjero y ejecutado por traidores locales que aceleraron la sangría y el retraso de un pueblo que todavía paga las consecuencias de su colosal autodestrucción.


Por Gabriel O. Turone


[1] Perón fue Agregado Militar en Chile a comienzo de la década de 1940, y Lonardi sería su sucesor. Aquí rompieron su amistad, por cuanto Lonardi se vio envuelto de rebote en un caso de espionaje que en el país trasandino había iniciado Perón. Por esa misma razón, Lonardi fue detenido en Chile por algún tiempo. Por lo dicho, la aceptación de reemplazar al derrocado Perón en 1955 pudo haberse tratado de una venganza personal de Eduardo Lonardi.

[2] Isaac Rojas fue nombrado Agregado Naval a la Embajada de la República Argentina en Río de Janeiro (Brasil) el 1º de febrero de 1950, por Decreto 1636/50 emitido por Juan Domingo Perón.

[3] Sin ofrecer excusas de ninguna naturaleza, la opción de Vandor estuvo harto justificada por el contexto que vivían en 1964 el Movimiento Nacional Peronista y el Movimiento Obrero Organizado ante el fracasado intento de retorno de Perón al país. Téngase en cuenta, que desde 1955 y hasta 1964 las entidades gremiales fueron intervenidas, detenidos sus dirigentes, silenciados sus medios de comunicación y desmoralizados sus cuadros por la detención y expulsión de Perón en Brasil cuando intentaba echar pie en la Argentina.
Allí, entonces, habría de generalizarse, con el apoyo de muchos gremialistas, la idea de un “Peronismo sin Perón”, en el sentido de que si la figura del conductor era el escollo insalvable a resolver para que vuelva el peronismo al poder, menester era, entonces, tomar sus banderas descontando su presencia. Además, en el ánimo de sus partidarios había quedado la sensación de que Perón, ahora sí, no iba a regresar nunca más al país.
Por su parte, no seré yo quien dé los nombres de actuales dirigentes peronistas históricos que me han brindado una opinión para nada adversa de Vandor, quien hasta ayudó a muchas seccionales de sindicatos en el interior a mantenerse en la lucha en tiempos de la “Resistencia Peronista”.

[4] El de UDELPA fue un caso muy paradigmático a la hora de reflejar los vaivenes de los actores políticos. En 1963, Aramburu se presentó como candidato a Presidente de la Nación con UDELPA, siendo derrotado por el radical Arturo Illia. Diez años más tarde, en 1973, y ya muerto Aramburu, UDELPA conformó la Alianza Popular Revolucionaria (APR), nucleando a revolucionarios cristianos y comunistas. La APR llevaría como candidatos a Oscar Alende y Horacio Sueldo.

[5] En la opinión del Prof. Carlos A. Disandro, los Jesuitas entre 1969 y 1971 “parten de la ‘tercera posición peronista’, que es ante todo una sana posición política, que deriva de un planteo político nacional, y la convierten en un internacionalismo revolucionario, cuyo manifiesto subversivo teológico es la Populorum Progressio, signo de la alianza sinárquica entre Moscú y el Vaticano, signo también de un poderoso estímulo para la revolución cultural, dentro de la Iglesia.” (La Conspiración Sinárquica y el Estado Argentino, de Carlos A. Disandro, Ediciones Independencia y Justicia, página 39).
    
[6] Citado en Aramburu: el crimen imperfecto, de Eugenio Méndez, página 28.

[7] El diario La Nación del 18 de marzo de 1972, comentaba que Diego Muniz Barreto fue el productor de la película Juan Manuel de Rosas que, estrenada en 1972, estuvo dirigida por Manuel Antín y protagonizada por Rodolfo Bebán. La esposa de Muniz Barreto, Teresa Escalante Duhau, “hizo el papel de Manuelita (…) Muniz Barreto, nacionalista y rosista, facilitó el moblaje, que era el que auténticamente había pertenecido a Rosas. El asesor en armas fue el coronel Luis César Perlinger”.

[8] El dirigente radical Enrique Vanoli dirá en un reportaje otorgado para Siete Días el 16 de marzo de 1983: “Los Montoneros comenzaron como apoyo paramilitar de Onganía y esto se comprueba además en la creación de la revista oficialista Azul y Blanco donde (Juan Manuel) Abal Medina reconoce haber coincidido con Marcelo Sánchez Sorondo, en los contactos frecuentes entre Firmenich y el general Imaz. Como Aramburu conspiraba para derrocar a Onganía, muchos de nosotros suponemos que el secuestro y asesinato del ex presidente debió ser investigado a fondo (…)”.

[9] Para ir a comprar dicho automóvil, Norma Arrostito fue acompañada por Mario Eduardo Firmenich y Fernando Abal Medina, de acuerdo al testimonio de Roberto Tótaro, vendedor de Bosch Automotores.

[10] Eugenio Méndez afirma que “En La Causa Peronista de setiembre de 1974, Montoneros sindicó al propietario de una farmacia, ubicada frente a la pizzería “La Rueda”, como autor de la denuncia anónima. Esta acusación era falsa, ya que la farmacia había cerrado a las 19.30 y el grupo llegó a las 19.50. Reconocer que esperaban a un pagador vinculado con el gobierno (de Onganía) hubiera sido su ocaso definitivo”. (Op. cit., página 123). La ubicación exacta de la Pizzería “La Rueda” era calle Potosí 3405, entre Villegas y Esquel, localidad de William Morris, Provincia de Buenos Aires. Hoy existe allí un local de ropa femenina.

[11] Citado en Dossier Secreto. El Mito de la Guerra Sucia, de Martin Andersen, Planeta, 1993, página 90. 

[12] Mario Eduardo Firmenich continuó actuando bajo el amparo de oscuros oficiales del Ejército Argentino en el último gobierno peronista (1973-1976) y durante la dictadura cívico-militar iniciada en marzo de 1976. Cooperó activamente con el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército en Buenos Aires, bajo las órdenes del entonces coronel Alberto Alfredo Valín. Éste, que luego llegó al grado de general, ocupó la jefatura del Batallón 601 desde el 11 de octubre de 1974 hasta el 27 de octubre de 1977.

[13] Revista La Semana, Nº 391, México. 

TORCUATO DI TELLA, EL FINAL DE UN INCULTO



El 7 de junio de 2016 vio el ocaso el sociólogo Torcuato Salvador Francisco Nicolás Di Tella, hijo de Torcuato Di Tella, fundador de una de las industrias más importantes durante buena parte del siglo XX que hubo en nuestro país, dedicada a artefactos tales como heladeras, automóviles, ventiladores, etc.

            Como los hijos del fundador de semejante emporio tenían la libertad, y el dinero, para jugar a ser “de izquierda”, el 22 de julio de 1958, en pleno gobierno de Arturo Frondizi, tanto Guido Di Tella (futuro nefasto canciller de Menem) como Torcuato Salvador Di Tella dieron origen a la Fundación Di Tella. Ésta fue más conocida como Instituto Di Tella, el cual cerraría sus puertas en abril de 1970. Dice el diario “La Nación”, que desde la Fundación se daba “la alianza entre la izquierda revolucionaria y el liberalismo democrático”[1], lo que para nosotros constituye un ejemplo claro de sinarquía, tomado este último concepto de esclarecidos como el Padre Julio Menvielle, el profesor Carlos Disandro o Juan Perón.

            El recientemente difunto Torcuato Di Tella fue, por su condición de niño bien, una persona que más allá de cualquier disloque o vileza semántica no ha merecido la condena de otros que han incurrido, desde otro aspecto ideológico, en las mismas bajezas. Así, Torcuato Di Tella no fue reprendido cuando expresó en un reportaje que ese mismo periódico La Nación le hizo el jueves 27 de mayo de 2004, cuando, siendo Secretario de Cultura de la Nación del kirchnerismo, dijo lo que sigue:

            “La verdad dentro de todos los problemas por los que atraviesa el país, la Cultura, con C mayúscula, no tiene prioridad. No tiene prioridad para el Gobierno (de Néstor Kirchner) y tampoco la tiene para mí. Con respecto a otros temas, la cultura es el gallinero de una casa que se quema.”

            El infeliz Torcuato Di Tella, siguió maldiciendo en esa misma entrevista: “Creo que el Presidente (Kirchner) tiene otras prioridades. Por eso, en un gobierno con tantos temas por solucionar, el país se convierte en una casa que se quema y la cultura es el gallinero del fondo”.

            Este hombre blasfemo, a su muerte, fue saludado por esa caverna masónica-urquicista llamada Club del Progreso, la Universidad de Bologna (Italia), la Fundación Konex, el Ministerio de Cultura de la Nación y la Universidad Nacional de Río Negro, entre otros. No dejaron sus saludos los ciudadanos de a pie, o sea, el pueblo llano.

            Pero cabe preguntarse, ¿fue un digno representante de nuestra cultura Torcuato Di Tella? ¿Acaso no ha sido uno de los máximos responsables de la decadencia cultural que sobrevino en la mentada “Década Ganada” cuando él, precisamente, fue el primer Secretario de Cultura de Kirchner y dijo lo que dijo sobre la cultura? Para colmo, Torcuato Di Tella fue premiado años más tarde, ya por la presidente Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner, con el cargo de Embajador argentino en Italia (2011/12).

            Así y todo, en el obituario dispensado a Di Tella por el Ministerio de Cultura de Macri se lo trata como a “uno de los más lúcidos intelectuales argentinos”. Al mismo que dijo que no le interesaba la cultura. Huelgan palabras.

ORIGENES ANTIPERONISTAS

En otra nota que está girando por Internet, se proclama a Torcuato Di Tella como “peronista de izquierda”.[2] Estaría bueno saber qué es, o qué fue, un “peronista de izquierda”. Porque los hermanos Di Tella (Guido y Torcuato) tuvieron orígenes político-ideológicos ajenos al peronismo, por lo que, bien podemos inferir entonces, se han infiltrado en él.

            Guido José Mario Di Tella, ex canciller de Carlos Saúl Menem, y, por ende, principal figura junto al masón Carlos Escudé de la política de las “relaciones carnales” con los Estados Unidos, fue un furibundo antiperonista que militaba en una agrupación llamada Línea Recta, la cual operaba en la Facultad de Ingeniería de la UBA. Y en 1954, Guido Di Tella será uno de los que va a fundar, junto a José Alfredo Martínez de Hoz (¿les suena?) el Partido Demócrata Cristiano, que también habría de ser visceralmente antiperonista.[3]

            ¿Y Torcuato Di Tella? Como buen izquierdista adinerado, solía decir que la única vez que trabajó fue cuando cosechó zanahorias en un kibutz de Israel, a los 24 o 25 años de edad.[4] Cuando el Instituto o Fundación Di Tella recibían donaciones familiares para su sostenimiento, Torcuato afirmaba: “Es una forma de acelerar el socialismo, que tarde o temprano nos quitará todo”. ¿Esto era o es un “peronista de izquierda”? Ah, al frente del Instituto Di Tella, verdadero sitial de las modas y la subcultura mundialista, se encontraba Guido Di Tella.

            Rebobinemos y analicemos, entonces. ¿Por qué si como propulsores de una tendencia subversiva cultural los hermanos Di Tella no figuran hoy como muertos-desaparecidos del ilegal Proceso de Reorganización Nacional de 1976? Porque José Alfredo Martínez de Hoz, militante como Guido Di Tella de las épocas en que se fundaba el Partido Demócrata Cristiano, gestionó para que tanto Guido como Torcuato sean tratados con guante de seda en el único día en que ambos estuvieron “detenidos” en el buque de Guerra “33 Orientales”. ¡Un día! Luego fueron liberados y dejados en paz.

            Pero además, no solamente por sus orígenes político-ideológicos manifestamos que los Di Tella han sido antiperonistas, sino también porque, al menos Torcuato Di Tella, ha desechado el progreso infinito que la cultura puede brindarle a una nación.

            Para Juan Perón, creador de Doctrina Nacional, “la cultura es determinante de la felicidad de los pueblos, porque por cultura debe entenderse no sólo preparación moral y arma de combate para sostener la posición de cada hombre en la lucha cotidiana, sino instrumento indispensable para que la vida política se desarrolle con tolerancia, honestidad y comprensión”.[5]

            Por lo anterior, es que me he quedado corto al endilgarle solamente la condición de inculto a Torcuato Di Tella, para quien si la cultura poco o nada interesaba, entonces quien esto suscribe no tendrá empacho en agregar que él fue un Inculto, un Infeliz, un Amoral, un Intolerante, un Deshonesto y un Incomprensivo, así, con mayúsculas.


Por Gabriel O. Turone


[1] “El Di Tella y la insolencia creativa”, por Nicolás Cassese, diario La Nación, sábado 17 de mayo de 2008.  
[2] “1929-2016. Torcuato Di Tella, heredero de un imperio y peronista de izquierda”, de Nicolás Cassese, diario La Nación, miércoles 8 de junio de 2016.
[3] El Partido Demócrata Cristiano (PDC) se fundó el 9 de julio de 1954. Otro de los participantes en la fundación fue el ex funcionario menemista Alieto Guadagni.
[4] “1929-2016. Torcuato Di Tella, heredero de un imperio…”, op. cit. Dice así el párrafo aludido: “Como experiencia sociológica, Torcuato cosechó zanahorias en un kibutz de Israel. “La única vez que trabajé”, solía bromear. Duró poco.  Desatendiendo los consejos familiares, Torcuato siguió a su novia a la India y se casaron en 1954, sin ningún Di Tella entre los invitados (…)”.
[5] “Manual del Peronista”, Partido Peronista, Consejo Superior Ejecutivo, Buenos Aires, 1948, páginas 75 y 76.